sábado, 30 de noviembre de 2019

EL PLANETA INHÓSPITO


El planeta inhóspito
David Wallace-Wells
Traducción de Marcos Pérez Sánchez
Debate
Barcelona, 2019
349 páginas

El concepto que más llama la atención, y que ya habíamos leído en escritos de Edward O. Wilson, es el de Eremoceno: nuestra época no se define tanto por el hombre como centro, que es lo que se correspondería con el Antropoceno, como por una de las enfermedades del hombre, que es la soledad. A partir de ahí tal vez se consiga explicar lo inexplicable: que ya se ha hecho demasiado tarde, pero que todavía podemos rescatar algunos harapos de la Tierra, los bastantes, quién sabe y quién lo desea, como para facilitar una vida habitable en los próximos años, con suerte durante décadas, con mucha voluntad, durante siglos. Sobre este humus, David Wallace-Wells construye este ensayo, que es también un alegato. Subtitulado La vida después del calentamiento, la obra se centra en una sola forma de vida, la humana. Ya conocíamos las previsiones acerca del resto de la naturaleza, así como las relaciones actuales de pérdida y dolor. Wallace-Wells reúne lo concerniente al hombre en un texto de una potencia arrolladora que nos pone los pelos de punta. Entre otros motivos, porque consigue explicarlo en un formato apto para todos los públicos. Pero, mayormente, porque la situación es tan alarmante, que no se puede encarar de una forma lenitiva. Wallace-Wells es didáctico y es genuino, y nos presenta la relación de calamidades a través de ejemplos, no poniendo en abstracto la defensa del planeta: “Parecemos incapaces de reconocer que el significado del cambio climático trasciende las parábolas”.
El libro se va desarrollando en capítulos que atañen al agua, al aire, al hambre, al océano, a las ciudades, a la salud mental e incluso a los colapsos -también el económico-, que es hacia donde se deriva nuestro actual trazado. Jamás se ha producido a escala global, pero civilizaciones enteras murieron colapsadas por el destrozo ecológico: los mayas, los habitantes de Rapa Nui, los vikingos de Groenlandia… Jared Diamond nos habló con contundencia sobre ello. De hecho, durante la lectura de una de sus obras maestras, Colapso, uno no puede dejar de sentir una emoción parecida a la crueldad que no sabe a qué atribuir. Wallace-Wells sí apunta hacia motivos de esta derrota, a funciones que él llama, por ejemplo, sistema climático de castas, o al nihilismo indefinido que es consecuencia del gran capitalismo industrial: “Para el mercado, esto es crecimiento; para la civilización humana, es casi un suicidio. Ahora quemamos un 80 por ciento más de carbón que en el año 2000”.
Los relatos, que también son objeto de estudio tras la abrasión que nos empaña al leer unas previsiones cuya única duda no es si tendrán lugar, sino cuánto demorarán en aparecer, como consecuencia del aturdimiento, no pueden tener otro carácter que no sea el del existencialismo climático. Son proyecciones de estudios, que se corresponden a un registro exhaustivo, sobre todo americano. Wallace-Wells no elude su malestar como miembro activo de este desastre y advierte contra las posiciones cómodas, como la confianza en la tecnología o la disociación cognitiva: “Pero lo clausuramos (la mirada hacia los horizontes a los que nos dirigimos) cuando afirmamos que cualquier cosa relacionada con el futuro es inevitable. Lo que podría pasar por sabiduría estoica es a menudo una coartada para la indiferencia”. Resulta complicado encontrar una definición mejor de cobardía, y hace falta mucho valor para leer este libro y para afrontar, a continuación, lo cotidiano: “Resulta que el problema no es la superabundancia de humanos, sino la escasez de humanidad”, dice, citando a Sam Kriss y Ellie Mae O’Hagan, y volviendo, casi sin proponérselo, al concepto de Eremoceno. Es posible que sea por este grado de entendimiento por el que debamos empezar a construir la solución, como apunta al recoger las palabras de Roy Scranton: “La mayor dificultad que afrontamos es filosófica: comprender que esta civilización ya está muerta”.

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