Los sabios de la oscuridad
Salim
Barakat
Traducción
de Haj Mahmoud y Jaume Ferrer Carmona
Karwán
Barcelona,
2019
347
páginas
Sucede
en tiempos de cambio, en tiempos entre estaciones: un impulso, cualquier
impulso, pone en marcha movimiento. El movimiento se multiplica, se desplaza,
se agranda, se estira, se fractura o cualquier otra de sus modalidades, o todas
a la vez, pero no deja de ser movimiento: crece y se desarrolla, y con él crece
y se desarrolla todo lo que se sube a la ola, al viento, al terremoto, al
fenómeno que está generando. El resultado puede ser el absurdo o puede ser una
distorsión de la realidad; o puede ser la mismísima realidad vista con un
telescopio, un microscopio o con una aguja clavada en la retina. Puede,
incluso, ser el realismo mágico, esa creación que supuestamente nos llegó de América
Latina pero que siempre tuvo cabida en África, en Asia, en las leyendas
populares, y hasta en la Biblia.
Ahora
podemos comprobar cómo ese movimiento, esos días entre estaciones que jamás
terminarán de cuajar, también existió, y existe, y existirá, en países como
Siria, en regiones de Siria como el Kurdistán, al margen de convenciones, al
margen de los sucesos cotidianos: no sabemos si allí la gente se lava los
dientes cada mañana, y también ignoramos dónde van a hacer la compra o la
calidad de su fe, si es que es fe lo que se apodera de sus voluntades. Sobre
ese terreno construye Salim Barakat su primera novela, este ‘Los sabios de la oscuridad’ que ahora
nos entrega la valiente editorial Karwán. En la familia de un mulá nace un
muchacho que crece y envejece a una velocidad pasmosa. Antes de veinticuatro
horas ha decidido casarse y a tal fin elige a una muchacha de pocas capacidades
intelectuales. El suceso sacude como un peñasco de una tonelada arrojado al
estanque de las ranas que se transformarían en príncipe tras un beso. El asunto
se desarrolla a gran velocidad y da pie a una serie de temas superpuestos que
se despliegan por debajo de la trama: el conflicto kurdo, el amor y el desamor
filial, los engaños de los enamoramientos, el cuestionamiento de la realidad,
la necesidad de la fantasía, la ilusión de echarnos los días y las noches a las
espaldas, la disonancia cognitiva.
Se
podría pensar que se trata de un milagro, pero como se narra en un flash back libérrimo, el origen en pura quimera,
tiene la consistencia de los sueños. De hecho, por momentos pensamos que
estamos frente a una novela surrealista, un texto sin plan previo, una de esas
experiencias que van surgiendo a medida que el autor despliega frase tras frase.
Y, sin embargo, solo el contraste entre lo concreto, como es la familia y las
reacciones de la familia, y lo ambiental, como es la naturaleza y la calle, basta
para hacernos caer en la cuenta de que Barakat tiene muy claro cuál es su
intención: plantear dilemas, exponer que el estado natural del hombre es la
irresolución. Para ello se vale de una narración metafórica. Ahora bien, ¿de
qué es metáfora esta novela? Las claves son complicadas de entender, pues
tienen demasiado afecto por lo cultural y se trata de una cultura que desconocemos
en gran medida. Pero, al mismo tiempo, esta obra es una ocasión dignísima de
comenzar a conocerla. A nuestro juicio, la metáfora habla de la desolación que
produce darnos cuenta de que no somos dueños de la realidad. Cualquier empujón
ha echado a rodar al mundo por completo, y ante ese movimiento nos presentamos
como una mera brizna de hierba sujeta al capricho de la tormenta.
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