Su último deseo
Joan
Didion
Traducción
de Javier Calvo
Random
House
Barcelona,
2019
222
páginas
¿Cómo
hacer del plan político mundial una novela que denuncie y nos alcance? Joan Didion
(Sacramento, 1934) tiene la receta, como tiene casi todas las recetas de la literatura
contemporánea. Y, además, sabe cocinarla. Su
último deseo es una obra en la que se relata cómo funcionaba el mundo en
los años ochenta. La protagonista intenta controlar lo que le acontece a diario,
y termina por darse cuenta de que el destino nos arrolla. Ella, la cáscara de
nuez en medio de la tormenta, es una mujer que abandona su trabajo como periodista
para seguir la senda que marcó su padre, como si fuera importante ir tras los rastros
de sangre, como si las sugerencias genéticas nos impusieran más que la propia
invención, que los amores que uno se ha ido creando. Esa persecución la llevará
hasta Centroamérica y los efectos de la política de Estados Unidos en la
región: tráfico de armas, financiación de guerrillas, mantenimiento de estados
fallidos, explotación de recursos bajo condiciones oscuras.
La
novela traza lo abstracto, la política, dentro de lo concreto. Nos habla de la
maldición que supone habitar un planeta en el que alguien ha condenado a
alguien, así, en términos generales, y nos va poniendo nombres a los condenados
y a los verdugos. Raramente se dirige hacia los malvados, los que decidieron,
aunque todos sabemos quiénes son los que gobiernan el presente y uno se
atrevería a decir el futuro, si es que esos que gobiernan pensaran que el
futuro existe y lo tuvieran en cuenta. Cercenadas las vidas de los habitantes
de regiones enteras, de países enteros, condicionadas por la presencia de violencias,
la protagonista se pregunta qué diablos perseguía allí su padre, e indaga, con
poco rigor, sobre su muerte. De hecho, la piedra arrojada al estanque que dará
lugar a toda la producción de actos de los personajes, trazados con pinceladas tan
leves como seguras, es la intriga por el último deseo, ese al que se supone que
todos tenemos derecho justo antes de morir.
Didion
despliega todos los recursos literarios del periodista, como si se tratara de
una crónica larga, y de la novela, con el añadido de la imaginación que combina
los elementos y suple las carencias. El estilo es ligero, hábil, perspicaz. El
afecto es tan concreto como el de una novela romántica bien avenida, pues la
motivación queda plenamente explicada, así como los cambios de rumbo en las
inquietudes y las sensibilidades de los personajes. Lo terrible es la enseñanza
sobre cómo nos arrolla el destino si nos alejamos de los cauces que alguien, al
parecer alguien poderoso, el más fuerte, el más malo, ha decidido que sigamos.
Como si nos tuviéramos que limitar a caminar por una senda trazada o someternos
a otra voluntad, porque, de lo contrario, lo que nos espera es la tortura, esa
actividad que se eterniza en cualquiera de los infiernos que han creado las
religiones. Porque en el gobierno del planeta que se denuncia dentro de Su último deseo, política y religión se
igualan.
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