Edurne
Pasabán
Olasagasati,
Llaguno, Navarro y Villarejo
Súa
Bilbao,
2025
127
páginas
Lo
lógico sería que aquel bípedo que acababa de bajar de los árboles se quedara
tumbado a la bartola, viendo pasar las nubes. Pero un día decidió echar a correr,
tal vez para huir de un depredador o para cazar una presa. Y con el tiempo, comenzó
a protagonizar largos desplazamientos que deberían tener algún sentido.
Caminaba docenas de kilómetros al día para buscar mejores territorios, para acomodarse
al clima, para encontrar comida de temporada. Hasta que un día correr se convirtió
en deporte y los desplazamientos en una necesidad que tiene un puñado de gente
a la que le pican los pies. Ese picor es el que nos está ayudando, a los demás,
a descubrir que hay otros registros de belleza al margen de tumbarse a observar
pasar las nubes o contemplar un campo de amapolas. En cualquier caso, los atrevimientos
a los que nos llevaban estos buceadores, alpinistas o caminantes inquietos nos
permitían reconocer belleza en lugares diferentes. El mundo se iba haciendo más
y más grande gracias a ellos.
Como
homenaje a todos ellos se elabora este cómic sobre una de las personas más
representativas de esta gente: Edurne
Pasabán. Se trata de recordarnos que cuando la oscuridad nos aterra,
siempre habrá alguien capaz de encender una cerilla y transformar el entorno en
un precioso cuadro de Georges de La Tour. Y para ello se valen de una
estrategia muy diferente a la del pintor francés: aquí lo que cuenta es la ingenuidad.
Lo primero que reconocemos es ese estilo gráfico tan naif, que nos remite a la
inocencia. ¿Qué valor artístico tiene la inocencia? No creo que sea imprescindible
el explicarlo, cuando en la historia está la obra de Antoine de Saint-Exupéry o
de Henri Rousseau. Este estilo nos remite a la esencia de lo mejor que podemos
ser, a una humanidad sin aristas, sin malos rollos.
Lo
segundo que llamará la atención son las elipsis temporales. Los autores eligen
ir saltando de momento a momento, interrumpiendo la continuidad biográfica. En
realidad, ni siquiera entran de lleno en lo más deportivo de la vida de Edurne
Pasabán, sino en lo más significativo. Sí aparecen algunas de las grandes
cumbres, pero más presencia tienen algunos de los más grandes compañeros que ha
tenido en la montaña. Lo que se impone será la educación sentimental, que no
cesa por mucho que uno lleve siendo adulto un porrón de años. Lo que importa, y
se mantiene así tiempo tras tiempo, es respetarse a uno mismo, conocerse,
aprender a pesar de mantenerse en la vía propia, esa tan personal que marca la
búsqueda de la felicidad. La felicidad es una abstracción, una quimera, pero
será su búsqueda lo que dé sentido a este tránsito, si es que uno se empeña en
darle sentido. En realidad, como nos demuestra el mensaje de esta obra, no se
trata de empeñarnos en esa indagación, sino de enamorarnos del hecho de estar
vivos.

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