Tal
vez viajar
Ricardo
Martínez Llorca
La
huerta grande
Madrid,
2025
260
páginas
Por
Carlos Marín
La
sensibilidad es un bien escaso. En el campo de la literatura, se ha confiado
con demasiada frecuencia a la poesía, en raras ocasiones al relato y, desde
luego, casi nunca al ensayo. De hecho, cuando ha querido aparecer combinando
percepción y pensamiento en prosa, nos ha entregado algunas de las mejores
páginas de la historia, como en El libro del desasosiego. Este ensayo
que tenemos delante, este tratado sobre el viaje, a lo que más nos recuerda es
al espíritu con el que está escrito el libro de Pessoa. Y en la comparación no
desmerece. La sensibilidad que demuestra Martínez Llorca nos hace pensar que
ésta es una forma de inteligencia, que la sensibilidad es tal vez la versión más
respetable de la inteligencia, si es que no son la misma cosa. No es la primera
vez que nos lleva a estas reflexiones: ahí está su ópera prima, la novela Tan
alto el silencio, o el estremecedor libro testimonial Luz en las grietas,
ambos, como este Tal vez viajar, vinculados a la aventura que supone la
mochila, la naturaleza, lo ajeno, la montaña, un territorio donde Martínez
Llorca se mueve como pez en el agua. Pero no será un pez cualquiera.
La
elegancia en el tono que sostiene este ensayo se convierte en una carga de
profundidad en el oído y la comprensión del lector. Cada párrafo puede obligarnos
a detenernos un buen rato para profundizar en su significado. Martínez Llorca
no escribe utilizando calderilla y ha construido un libro que no es apto para
los amantes de la velocidad.
La
obra se construye en distintos capítulos que atienden a diferentes parcelas del
viaje: el turismo, los tópicos, el miedo, la aventura, el sueño, la emulación,
el neocolonialismo, las redes sociales, la lectura, la libertad, caminar, el mestizaje,
el nómada frente al sedentario, el colapso y la desaparición de la naturaleza y
las culturas, etc. Aunque bien sabe Martínez Llorca que las emociones y
sentimientos son casi imposibles de compartimentar, de ahí que subyazca a lo
largo de todo el ensayo el mismo espíritu, el de alguien que lamenta que el
mundo entre en mala deriva, entre otras razones debido al exceso de turismo. Es
bien sabido que esta costumbre que ha adquirido la gente, convencida de la
necesidad de moverse utilizando el verbo viajar cuando quiere decir hacer
turismo, está reduciendo el mundo a una máscara. Desconocemos qué tipo de
viajes protagonizaba Martínez Llorca, aunque es fácil deducirlo cuando él
afirma que al viajero que más le hubiera gustado acompañar mientras leía sus
libros es a Paul Theroux: un tipo tranquilo que busca lo especial en la
tranquilidad.
No
es casualidad que el ensayo lleve por subtítulo Agenda de jardines, oasis,
horizontes: jardines y oasis constituyen un fenómeno similar, son islas en
medio de los desiertos, los naturales y los de cemento; en cuanto al horizonte,
se nos viene a la cabeza esa afirmación de Eduardo Galeano cuando decía que la
utopía sirve para caminar, pues otro tanto sucede con el concepto de horizonte
que defiende Martínez Llorca, un lugar que jamás alcanzaremos, pero siempre
motivará a intentarlo. Lo importante es no rendirse.
Acaba
de empezar el año y ya tenemos sobre la mesa un ensayo que, nos atrevemos a
decir, puede competir por ser el mejor libro de 2025. Una obra depuradísima,
que no sabemos cuánto tiempo ha necesitado para redactarse, pero está escrita a
lo largo de toda una vida. Uno de esos libros que el autor ha necesitado
detenerse para poder escribir. Martínez Llorca confiesa que la enfermedad le
obligó a cambiar de estilo de vida, como le ocurriera a Manu Leguineche, pero
gracias a esa enfermedad Leguineche nos entregó La felicidad de la tierra,
que es una obra genial. Tal vez viajar es otra de esas obras magníficas
que debemos al malestar que sólo se puede combatir con el alma de un poeta.
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