miércoles, 18 de noviembre de 2020

VIDA ECONÓMICA DE TOMI SÁNCHEZ

 

Vida económica de Tomi Sánchez

Javier Sáez de Ibarra

La Navaja Suiza

Madrid, 2020

413 páginas

 


La mayor dificultad de vivir es ser dueño de la propia vida. Hay un malestar en nuestra condición, algo que tal vez los mejores terapeutas consigan integrar, que es la de ir sintiendo, a cada paso que se da, que es la vida la que decide por uno. Se inventó el término destino para intentar conciliarnos, se elaboró la psicología de la resignación, se recurrió a la fe y a los dioses, se imploró la bondad y, en los últimos años y gracias a la influencia de las religiones orientales, se habla de aceptación. Pero, mientras tanto, la literatura occidental creó el existencialismo, esa pregunta esencial acerca de si merece la pena seguir adelante en estas condiciones. El punto existencialista de esta novela, Vida económica de Tomi Sánchez, está bastante escondido y no parece ser la gran intención de su autor. Se impone el uso libre de la sintaxis y el tono irónico, poco misericorde, crítico con la sociedad que hemos construido o que hemos heredado, si es que entramos en el debate del destino y lo enfocamos desde el pasado.

Pero el protagonista flota en ese espectro de no poder elegir lo que va enhebrando la vida. Está sujeto a unos vaivenes de lo más extraños, una extrañeza en la que él también participa -basta con comprobar los nombres con que bautiza a sus hijos-. Esa ruptura del realismo nos despega de un suelo naturalista y nos atrae por estar asistiendo a la creación de un mundo propio, un lugar que no conocíamos y, por lo tanto, leer expuesto a las sorpresas. Aunque dichas sorpresas no cesan de salir al paso, resultan de lo más cercanas: todo se impone desde criterios economicistas, desde intereses creados, desde los principios de ‘tonto el último’ o ‘sálvese quien pueda’, desde el lugar común de ‘ese no es mi trabajo’ o ‘yo me limito a hacer lo que me mandan’. A pesar de ello, a pesar de todos los estorbos que van surgiendo a cada inhalación, Tomi Sánchez sigue en esa lucha que consiste en no considerar que la vida propia es un desastre y que, de hecho, la vida propia no son las circunstancias. Ni siquiera esa con la que comienza el libro, en la que pierde un brazo, y da pie a un tono narrativo en el que no nos resultarán extrañas ni siquiera asignaturas como el Sofismo que cursan sus hijos en educación secundaria.

Las ilusiones algo románticas del personaje van apareciendo como fantasmas, al antojo de una estructura temporal compleja y un mundo perecedero, demasiado perecedero y con demasiada conciencia de perecedero. Lo peor no es que la vida decida por uno, lo peor es que la vida decide al capricho del momento, sin un plan previo. Y eso va limando los principios de dignidad que creíamos haber edificado en los pulmones.

 

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