lunes, 19 de febrero de 2018

UNA HISTORIA SENCILLA


Una historia sencilla
Leila Guerriero
Anagrama
Barcelona, 2013
147 páginas

En medicina, se ha olvidado eso que se llamaba ojo clínico, esa intuición que hacía que un gran médico fuera aquel que diagnosticara con acierto solo con escuchar una tos por teléfono. Ahora se llevan los protocolos, un artificio que sirve para que los facultativos se cubran las espaldas en materia legal y hacer pasar a un paciente de una enfermedad rara por mil perrerías, y unos cien millones de píldoras, antes de controlar los síntomas. Lo de curar queda para los fisioterapeutas y los psicólogos, y estos lo consiguen apenas durante un rato. En periodismo sucede algo parecido. Si uno quiere apostar sobre seguro, ahí tiene que revolver entre las crisis económicas, las disputas histéricas de ministros, los banqueros falsamente arrepentidos, asesinos de tribus enteras o secretarios encarcelados. El ojo clínico del periodista sería el de quien descubre la hazaña de vivir entre los camiseros de una bocacalle, un pintor muy mediocre, un fotógrafo adicto al hachís, una cantante sin canciones o el grupo de travestidos que acuden a un concierto de Mocedades, aunque Mocedades ya no exista.
Cuando todos los demás nos han fallado, nos queda Leila Guerriero (Junín, 1967). Las ganas de comprender no atañen tanto a las leyes de la entropía o al sistema financiero, sino a la condición humana. Las historias son sencillas o se convierten en monstruos marinos varados en una playa de una isla desierta, de los que se reproduce una imagen por satélite en todos los medios de comunicación. En este caso, una competición de Malambo, un baile típico de los gauchos, atrae la atención de Guerriero por varios motivos. En primer lugar por lo ignorado que resulta, en un país que ha buscado más su identidad simulando que la capital se parece a Europa que en dejarse llevar por el flujo de lo natural, que es ser miembro de una tribu. En segundo lugar por el tipo de baile, que exige un esfuerzo y un entrenamiento que dejan a Míster Olimpia en un mero aprendiz. En tercer lugar por el efecto abeja: quien gana, como la abeja que pica, deja de existir, termina su carrera en algo que le ha llevado a arrastrarse por las calles del sufrimiento físico y, con frecuencia, a pasar hambre. Eso sí, las garantías de poder sobrevivir formando bailarines de Malambo, en lugar de paleas tierra, se incrementan y aseguran la pervivencia de este festival, que tiene lugar en medio de ninguna parte.
Guerriero sigue a uno de los participantes hasta llegar a quererlo como si fuera su hermano. Tal vez para un periodista que está preparándose para retratar a alguien en un perfil la condición de hermano sea provisional, pero al menos no traiciona. Entre esa hermandad efímera y las que leemos en el antiguo testamento, sin duda la efímera es más sincera. Y así es como Guerriero relata, con sinceridad esta historia de amor por un baile, en la que la escritura refleja tanta ilusión como la del protagonista. De otra forma, no merecería la pena arrimarse a un oficio que, como el de los médicos, echa de menos ese ojo clínico.

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