lunes, 12 de febrero de 2018

MEDITERRÁNEO DESCAPOTABLE


Mediterráneo descapotable
Íñigo Domínguez
Libros del K.O.
Madrid, 2015
285 páginas


Ojalá todas las formas de derrota fueran elegantes. Como podría serlo la de un mendigo con capas de herrumbre sobre la piel, que agradece en un murmullo los cincuenta céntimos que uno deposita sobre la gorra que vigila un perro con conjuntivitis. Pero cuando no se trata tanto de hombres como de países o de estados, existen formas de derrota que se caracterizan por las capas de humor que los relatores exponen en sus crónicas. Es fácil pensar en Julio Camba o en Wenceslao Fernández Florez, que forman parte de esa tradición periodística basada en un planteamiento de ciencia ficción: supongamos que uno es un extraterrestre que de pronto aterriza en la Tierra y comienza a relatar lo más inmediato. A la fuerza, debe comportarse como gran observador. Pero, a la fuerza, debe participar con ahínco de la comunidad en la que ha caído, para conocerla en detalle. Y así participar de lo que menos le agrada, que es lo más necesario para su informe. Su relato, a la fuerza, se viste de autocrítica. Pero también de cierta lástima por lo que le sale al paso, por lo que pudo haber sido, una lástima que le impide sentir cualquier módulo de rencor o de rechazo.
Ese es el germen del sentido del humor de esta estirpe literaria. El absurdo pasa a primer plano. Pero este absurdo, este humor, en realidad es, como las capas de herrumbre del mendigo, una forma de tapar la cara. De verla tal y como es, sería inevitable la decepción y lo que venga después de la decepción, algo demasiado serio como para no tenerle miedo.
A este género periodístico pertenece el libro Mediterráneo descapotable, de Íñigo Domínguez (1972), en el que narra su periplo por la costa española en el año 2008 a bordo de un coche destartalado, justo antes del estallido de la crisis. Este viaje supone su regreso tras ocho años fuera del país. Y lo hace no sin fastidio. Eligiendo los lugares más turísticos, esos de los que renegamos con frecuencia aseverando que eso no es España. Y sí, España es esto, no el país que queda al otro lado de la barricada de hormigón cercando a las playas. Con el pretexto del clásico atractivo turístico, de los mitos y leyendas de los pueblos, de lo supuestamente pintoresco de cada lugar, Domínguez convierte su itinerario en una denuncia: al intentar buscar algo autóctono en eso que se vende como tal en las guías turísticas, lo que consigue es el paradójico efecto de sentirse como si estuviera en cualquier otro lugar turístico del planeta.
Los encuentros con personajes son efímeros y significativos, participando de esa paradoja a la vez que de una nostalgia de un tiempo que el propio autor no conoció. Las frases son cortas, resumiendo, dando velocidad al viaje. Dejando para el lector la impresión del pelo despeinado al asomarse a la ventanilla y de la idea de que debe ser él quien construya las imágenes. Los tropiezos más frecuentes son las rotondas con horribles esculturas y las frases sueltas que escucha en las conversaciones de la mesa de al lado. Y también están los engendros. Estos serán, en cualquier caso, protagonistas del grueso apéndice que acompaña al libro, donde se detiene a evaluar la evolución de distintos casos desde 2008 a la actualidad. La enumeración basta para saber que se trata de esa región horrible de los desfalcos, la trapichería, la jactancia o la codicia: Marina d’Or, Port Aventura, Delta del Ebro, el Castellón de Carlos Fabra, la corrupción en Valencia, la decadencia de Torrevieja, el Algarrobico, El Ejido, la Ley de Costas… En fin, un final serio para un libro que se caracteriza por un sentido del humor, también bastante serio.

Fuente: La línea del horizonte

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