domingo, 4 de febrero de 2018

LA SUBLIME LOCURA DE LA REVOLUCIÓN

La sublime locura de la revolución
Indro Montanelli
Traducción de David Paradela
Gallo Nero
Madrid, 2015
209 páginas
18 euros



Lo que vemos, lo que reconocemos, lo que alcanzan nuestros sentidos no alcanza a configurar un mapa. Con un poco de suerte, tenemos dos ojos de los que estamos obligados a servirnos para la supervivencia. Si alguien como Indro Montanelli (Florencia, 1909 – Milán, 2001) decide que sus dos ojos van a servir, también, a la causa del periodismo, entabla un diálogo con ellos hasta que define en qué consiste la sobriedad. Con esta sobriedad como cimiento, Montanelli construye un periodismo en el que explica lo que ve, lo que ha visto, consciente de que puede ser demasiado poco. En este caso, refleja tanto como puede de lo acaecido en Budapest en 1956, en una recopilación de artículos que se reúne bajo el significativo título de La sublime locura de la revolución. Montanelli asiste a la invasión rusa en la que se enfrentan los tanques a la juventud. Porque no es casualidad que elija, frente al hierro que se extiende sobre orugas que destrozan el asfalto, las figuras de los estudiantes como principal representación del pueblo húngaro que sufre. Aunque aparece gente de todos los estratos sociales sufrientes, los estudiantes con quienes se identifica son, por excelencia en cualquier rebelión, los personajes simbólicos de la revolución romántica.
De esta manera, las crónicas periodísticas pasan a formar parte de la dialéctica entre la justicia y el orden: lo justo es poner voz al débil, a la locura insolente, frente a los que prefieren ser amos de un cementerio antes que renunciar a una colonia. Nada hay más ordenado que un cementerio. Sobre ese orden, se instruye con soflamas de aspecto sensato. Montanelli, no sin acierto, asocia la sensatez a la cobardía y al interés. Por el contrario, cree que el primer vínculo de la justicia es con la poesía. La imagen de hombres armados con una camisa frente a los tanques le vivifica, da carácter a su reportaje que no pretende ser objetivo. Porque no cabe ser objetivo, como razonará, en un conflicto sin cifras, en un genocidio al que él trata de poner nombres, sumando una muerte tras otra en efecto de cascada, del caos que vive durante su estancia en Hungría enviando crónicas que son ráfagas de sucesos concretos. El análisis político, económico, militar, de movimientos imperiales y luchas de poder, lo dejará para los últimos artículos, ya redactados desde Italia.
Indro Montanelli gustó de definirse como anarco-conservador, como reaccionario y con pocas simpatías por la forma de comunismo que se había impuesto bajo el régimen de Stalin, creyendo que podría haber otros comunismos. Aunque para él el comunismo, o el fascismo en el que militó de joven, no dejaban de ser tubos huecos dispuestos para que los hombres los rellenaran de sueños, es decir, para volcar en ellos algo así como sus deseos de libertad. Nada de estas ideologías, ni siquiera un anarquismo reaccionario, existe en estas crónicas que sin embargo no son subjetivas. Toma partido por la humanidad, por la dicha de ver al hombre hermanado bajo la humillación de la bota militar, por quienes cometen locuras porque considera que la locura no debe sacrificarse a la razón. Por eso no siente rubor en reconocer sus emociones y los límites de su conocimiento. Él no pretende ser un experto en nada. Sus referentes son las situaciones que conoció años antes en Italia y que le empujan hacia una empatía declarada. En sus crónicas de la insurrección de Budapest hay más dudas que respuestas y convicciones, tratando de salvar lo que podemos considerar como bueno, aunque sea nuestra antigua juventud, la de la revolución que no se hace con el cálculo.
Tras haber sido testigo, Montanelli redacta como por encargo las memorias y reflexiones de lo que pudo haber sido el mapa geopolítico de Hungría en 1956. Incluso en estos párrafos llenos de nombres y fechas, sigue recordando una y otra vez que no hay política sin polis, es decir, sin gente, sin almas. Y eso incluye la pobreza, que a su juicio se erige como el alma más heroica. Consciente de que para un solo hombre será imposible desvelarlo todo, aclararlo, interpretarlo, Montanelli opta por marcar de vez en cuando el heroísmo de la pobreza o la atrocidad de la tortura.
Humanista, depresivo, culto escribano de la Europa del siglo XX, de prosa sencilla, divulgador humilde, periodista en el que la franqueza y la sinceridad son sinónimos, comprometido con su vocación profesional y sentimental, a través de estas crónicas recopiladas por primera vez en nuestro país, podremos conocer no solo algo más del oscurantismo de una época en un territorio, un oscurantismo que denuncia, sino también de su autor. Aunque tal vez a él no le hubiera gustado esa interpretación. Porque lo más importante en este libro es la defensa de la existencia de un tubo al que rellenar de sueños, los sueños de la locura de la rebelión.

Fuente: La línea del horizonte


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