lunes, 5 de febrero de 2018

LA VERDE LUZ DE LAS ESTEPAS

La verde luz de las estepas
Brigitte Reimann
Traducción de Ibon Zubaiur
Errata Naturae
Madrid, 2015
204 páginas



En verano de 1964, la escritora Brigitte Reimann (Burg, 1933 – Berlín Este, 1973), recibe el encargo de desplazarse, junto a una delegación de la República Democrática Alemana, a Kazajstán y Rusia. En apenas diez días debe registrar y dar fe de los avances del imperio soviético, en una época en que aún parecía estar en condiciones de disputar el trono mundial a Estados Unidos. El reportaje obedecería, en buena medida, a criterios propagandísticos. Reimann cuenta con la ventaja de ser mujer en un mundo construido sobre cimientos masculinos, lo que le permitirá afrontar una nueva forma de ver y entender, sin necesidad de entrar en disputas. Sus anfitriones la llevarán de la mano, junto al resto de la delegación de la que forma parte, por nuevas ciudades y complejos industriales mastodónticos, donde la riqueza que se roba a la naturaleza se antoja infinita. Los males consecuentes de esta sobreexplotación, como la polución, el aniquilamiento ecológico o el caos que será consecuente con la imposición de una forma de vida no innata al lugar, todavía no han entrado en el debate, no se cuestionan.
Leer el libro de Reimann a fecha de hoy provoca un extrañamiento que baila de la aceptación de la realidad histórica reciente, a la incredulidad de una distancia en la que cuesta reconocer ningún proyecto de sociedad. Ese extrañamiento es sugerente, incómodo y de una valía documental incalculable. Más aún cuando uno comprueba en las fotografías que acompañan al texto un mundo demasiado real para la tensión onírica con que se visualiza ahora esa época. Sin embargo, Reinmann es mucho más que una periodista al uso. Reinmann es una observadora innata escondida tras la fragilidad de su cojera y su atractivo. Al tiempo que le deslumbran las magnitudes de las medidas científicas, certifica que en la solemnidad, que entiende hiperbólica, de una sociedad construida a la fuerza, cabe la burla recatada. Sus juicios serán independientes, consciente de que si por algún lugar se esconde el inmundo fregado de cada día, este no es ajeno a ninguna otra fórmula social. Hay sobriedad en su estilo, para facilitar así la distancia con lo que le atrae o repele: le parecerán románticos los panaderos y absurdas las cifras de producción que tratan de hacerla entender con un lenguaje alejado de lo divulgativo. Le entusiasmarán los encuentros personales, porque no reniega de ser subjetiva, como reconoce al confesar que le gusta la gente que ríe sin freno. Y también confiesa lo complejo que le resulta asimilar que dentro del fenómeno por el que la pasean, exista tanta gente que se pase un tercio de la vida, si es que ciertas formas de existencia pueden llamarse vida, sin alegría, sin ambición. Y reconoce que la buena gente sería buena en cualquier otra circunstancia.
En definitiva, Reinmann no esconde sus emociones y presta atención a lo que nos hace diferentes a todos, ya que cuesta asimilar que el único objetivo del día a día sea el cumplimiento; presencia los avances tecnológicos como impresionantes pero con carencias, cuestionándose dónde quedó la imaginación en las trazas de una sociedad que la obligan a contemplar a ráfagas. Porque apenas le permiten detenerse. Todo el programa de su viaje funciona con agenda, y esa agenda tiene por objeto el alarde industrial, al que identifican con el progreso. Detrás de la fanfarria, Reinmann, como mirando por el agujero de la pared, considera que este fenómeno de gente desplazada a Siberia, ha creado, a su vez, una nueva epopeya de colonizadores, una futura leyenda, algo que será parte de la memoria que uno necesita beber. Reimann, como se comprueba en las páginas finales de su diario, no publicadas en su momento, pertenece a las aves limpias que, sea como sea, encuentran un resquicio para el vuelo. Volar es vivir con dignidad, saber que no todo está podrido, expresar la decepción y el asombro. Y escribir un libro de viajes que parecía no estar programado para emocionarnos. Y, sin embargo, emociona.


Fuente: La línea del horizonte

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