domingo, 25 de febrero de 2018

SARAJEVO


Sarajevo
Alfonso Armada
Malpaso
Barcelona, 2015
199 páginas



Hace más de cien años, durante la revolución industrial, cientos de miles de hectáreas de bosques fueron esquilmadas en el norte de Europa y en las islas británicas. De la escabechina apenas se libraron unos pocos árboles, aquellos cuya madera no entraba en combustión con la potencia precisa y aquellos cuyos troncos no eran lo bastante duro como para formar parte de la quilla de un barco o ser viga en una catedral laica forrada de hierro y cristales. Ahora su presencia es la más necesaria. Su inutilidad de entonces ha dado paso a una sacralización gracias a un pequeño dios que conocemos como clorofila. Sin ellos, el mundo se iría al garete mucho más deprisa.
De esta índole es el trabajo de un reportero que visitó Sarajevo y otras ciudades en guerra durante la época de estigma que supuso la Guerra de los Balcanes, dividiendo, para Europa, el tiempo en dos partes, con mucho más rigor que el día en que cambió el siglo. Leídas años después, las crónicas de Alfonso Armada (Vigo – 1958) durante el asedio a Sarajevo, poseen la precisa inutilidad literaria que hace para el lector, y para cualquiera, una lectura tan valiosa como el oxígeno que producen las plantas que se salvaron en su día. La impresión de recuperarlas en la colección Lo Real, que dirige Jorge Carrión para la editorial Malpaso, es la de retornar al velero que ha permanecido olvidado en el amarre durante el invierno. A lo largo de los años, sabemos que no han cesado de crujir los amarres, porque sabemos que no hay invierno sin temporales. Pero Alfonso Armada se prometió volver a navegar esas aguas, porque a lo largo de los años no ha dejado de pensar un solo día en el velero y en las tempestades. La memoria viene a ser imprescindible para no considerarse un náufrago.
Al azote que en su día supusieron estas crónicas, que reflejan la hora punta de la guerra para la gente, se añaden las anotaciones que iba reflejando en sus cuadernos personales. De esta manera, a la crueldad que gestiona el afán de crueldad se enfrenta, a vuela pluma, la insignificancia del saberse humano. Al dolor social y al arrojo humanitarista que supone intentar ponerse del lado de aquel indefenso a quien le cercenaron su vida, se añade unos tintes de una humanidad que regresan a la esencia de no entender nada que tienen los adolescentes con la sensibilidad puesta al día. Frente a la dignidad de los demás, se lee el miedo propio; el coraje cívico contrasta con algo que no es enfado ni ganas de echarse a llorar, pero que se parece a ambas cosas con el volumen subido a plena potencia. Armada hace de la guerra algo suyo durante su viaje como cronista, y se da cuenta de que el dolor le supera y con el diccionario no le basta para expresarlo. Se siente vivo, desgarrado pero vivo, todo él carne cruda, tanto en las crónicas que escribe con un oficio impecable, como en los diarios en los que leemos que él ha sido algo más que un agente de la realidad.
La experiencia no es nueva. Hace unos años, una combinación idéntica se fraguó para dar lugar al libro Cuadernos africanos, que no estaría de más que volvieran a editarse. Al igual que en África, son los perdedores, los que han perdido no mucho, sino todo, los que muestran más compasión. Seguramente sea cierto eso de que existe mucha más humanidad, mucha más dignidad en el sufriente que en el vencedor. Las fotografías de Gervasio Sánchez, que acompañó a Alfonso Armada en los viajes, dan fe de ello en un reino que parece condenado a sufrir la violencia. Algo que también parece deducirse de esa gran crónica sobre la historia de la región que se titula Un puente sobre el Drina, escrita por Ivo Andric.

Fuente: La línea del horizonte

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