Buscando un pájaro azul
Joseph
Wechsberg
Automática
Editorial
269
páginas
Abril,
2014
Rapsodia
para la bohemia
Buscando un pájaro azul
pertenece a la envidiable categoría de libros felices. Se trata de uno de esos
textos que a cualquiera le gustaría haber escrito. Porque narra anécdotas en
las que nos gustaría haber participado. Y para hacerlo recurre a un tono que
participa de la alegría de vivir. De hecho, tal vez de esto, precisamente,
traten estos textos, de la alegría de vivir. De ahí que transmita felicidad al
lector, una dosis de entusiasmo muy recomendable para el próximo fin de semana.
Una dosis que nos hace desear que algún editor se anime a recuperar algún otro
texto de Joseph Wechsberg (Ostrava, 1907 – Viena, 1983). Sabemos que escribió
ensayos y libros de viaje, y también cientos de crónicas y artículos para
revistas como The New Yorker o Esquire. Algunos de los cuales se
encuentran dentro de este Buscando un
pájaro azul. Y confiamos en no tardar mucho en toparnos con ellos. También
sabemos que de todas las profesiones que ejerció, aquella con la que se
identificaba, a la que confió esa suerte bohemia que consiguió crearse, fue la
de músico. Wechsberg ejerció como violinista en orquestas, bares y barcos. Pasó
meses sin ver la luz del sol, pues trabajaba de noche en algún garito parisino,
y recorrió millones de kilómetros de océano con el compromiso de tocar a diario
la Marsellesa.
Y
así, a través de sus escritos nosotros descubrimos un mundo al que no podríamos
aproximarnos de otra manera. Hay una segunda bohemia, alejada de las
buhardillas de pintores y escritores malditos. Y esta es la de los vividores.
Como Wechsberg, cuya audacia se caracteriza por el deseo de vivir. Un hombre de
ingenio, con recursos para adaptarse sin perder el sentido de humor que
conviene preservar para sostenernos en el mundo con dignidad. Y con una
capacidad de improvisación notable. Como notable es su empatía, su compasión,
su talento, en definitiva, para prestar atención a los detalles de humanidad
que dan empaque a las anécdotas que relata, a su estilo, mundano, humilde,
ocurrente pero nada mendicante, para buscarse el pan de cada día. De ahí que,
por ejemplo, dedique varios episodios a otros humildes exiliados con los que
topa en los barcos, como los camareros asiáticos. De ahí que su simpatía se
vuelque hacia los que puede considerar sus congéneres, hacia los sencillos.
Siempre
reconociendo que vivir es permanecer en el presente, Wechsberg puede llevarnos
a su llegada a Nueva York sin olvidar el extrañamiento del desahuciado, que
transforma en humor gracias a ese preludio del futuro que podemos llamar
fantasía. O nos lleva de la mano a conocer a un pianista en permanente
narcolepsia. O convierte a un coro de un local en un protagonista algo
decadente, debido a que actúa entre los gestos de la comedia de cine mudo y la
nostalgia de lo que ojalá no hubiera tenido lugar. Consciente de su membresía
en la comunidad de supervivientes, nos lleva junto a sus compañeros de la
claque de la ópera de Viena, desvelando sus manipulaciones con tintes de
gamberrada juvenil, y otorgándolas el prestigio de la memoria. Y para combatir
las dificultades que tiene a la hora de encontrar su lugar en el mundo, siempre
acude al refugio de la amistad. Porque esta le facilitará la verdadera patria.
Cabe preguntarse, durante la lectura de sus episodios como músico de barco, qué
tipo de exilio es al que se somete, qué carácter se corresponde a quien elige
ese desarraigo. Pero ese es un asunto que esperamos resolver el día en que
caigan en nuestras manos nuevos textos de Wechsberg. Por lo pronto, sólo cabe
recomendar a todo el mundo que el próximo fin de semana no se olvide de colocar
Buscando un pájaro azul en su mesilla
de noche o en el interior de su maleta.
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