Un precioso relato que en su día leí para el suplemento 'Culturas' de Tribuna de Salamanca
El baile
Irène Némirovsky
Traducción de Gema Moral Bartolomé
Salamandra
Barcelona, 2006
96 páginas
Una indigestión de riqueza
Contando catorce años, la misma
edad que la protagonista del relato, Némirovsky huyó de Rusia para establecerse
en París. De familia adinerada, siendo hija única, como la protagonista del
relato, recibió una educación aristocrática, como la que pretenden dar a su
hija los padres de la protagonista del relato. Seguramente, allí estableció
relaciones con toda clase de gente que supuestamente pertenecía a la clase
alta, y que no distarían mucho de la relación de invitados al baile que en este
relato se enumera en una soberbia conversación entre el padre y la madre. Más
tarde Némirovsky se licenció en Letras y comenzó, muy joven, una carrera
literaria de la que hasta el momento en España sólo se conocía su aclamada Suite francesa, publicada el año pasado
con una estupenda acogida. En 1942, Némirovsky falleció en Auschwitz, ese lugar
que demostró a los hombres que el infierno es un sitio frío y muy ordenado.
Ahora, tras el éxito de su
primera publicación en nuestro país, Salamandra se anima a recuperar su obra
anterior, que, a juzgar por El baile,
será una gratísima sorpresa. No creo exagerar afirmando que este libro, editado
como una novela breve aunque en realidad se trate de un cuento, esté a la
altura de lo mejor de Maupassant, ese escritor que tanto supo equilibrar la
vida dentro de la literatura (¿o debería decir, mejor, la literatura dentro de
la vida?), convenciéndonos de que las anécdotas diarias son la savia de la
existencia. Al igual que las obras de éste, El
baile es un engranaje perfecto, en el que todo está batido a punto de
nieve, el ritmo está medido para ajustar expectativas, y los dibujos de los
personajes son precisos y funcionan como el filo de una navaja.
Desde el inicio asistimos a una
situación muy incómoda para cualquier testigo, como es el enfrentamiento
irritante entre una madre y su hija adolescente. Unos breves flash-backs nos aclaran el origen de ese
rencor que está alcanzando el grado de odio en el pecho de la adolescente. Más
adelante se nos explica la situación de nuevos ricos en la que se encuentra
esta familia, una situación que les produce la peor de las indigestiones, que
es, precisamente, la incapacidad de digerirla. Al mismo tiempo, reconocemos las
razones por las que la adolescente se carga de necesidad de venganza: “Que
sepas, niña, que apenas he empezado a vivir yo, ¿me oyes?”, llega a reprochar
la madre a su hija. Y la venganza, más bien involuntaria, no meditada, tendrá
lugar de un modo impulsivo, y no sólo como consecuencia del aborrecimiento
hacia su madre, sino también por rebelión contra sus propios sentimientos, al
asistir a una escena de amor entre jóvenes y descubrir en su corazón las contradicciones
de la edad, el conflicto entre la niña y la mujer, entre su realidad y su
deseo.
Tras haber conquistado al lector
colmándolo de expectativas, Némirovsky se toma su tiempo para desarrollar un
final que no deja de denunciar que cuanto más alta es la presunción, más grave
será la vergüenza, aunque no sea nadie más que uno mismo el que la padezca
contemplándose sin recato. El contrapunto, a lo largo de todo el cuento, lo
ofrece la presencia del padre, más sereno, menos apurado, aunque no carente de
orgullo, ese don que mal entendido dará paso a la vanidad. Al igual que en las
obras de Maupassant, Némirovsky se guarda para el final la mejor escena, la que
desequilibra el círculo para obligar al lector a reconsiderar qué han vivido
los seres que pueblan este puñado de páginas.
Con un planteamiento que debe
bastante al teatro, El baile es una
obra perfectamente engrasada. Ojala podamos leer más cosas de esta autora.
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