Voy
Gabi Martínez
Alfaguara . 388 páginas
El
viaje son los otros
El
viaje es un ejercicio de libertad. Primero uno se permite el lujo de elegir el
destino y la compañía. A continuación se plantea el modo operativo, que se
relaciona con el presupuesto como un perro con sus pulgas. Después, una vez en
tierra extraña, se concede el derecho a improvisar. Antes de partir uno define
las tres cosas que no va a perderse. Una vez en el sitio, se siente con derecho
a disfrutarlas o a decepcionarse, como disfruta o se decepciona de unos
imprevistos más o menos convenientes. Pero lo que uno ignora totalmente, son
todos los matices de calidad de los compañeros de viaje, tanto los que parten
desde el hogar con uno, como de los que salen al encuentro. Esa disciplina de
la sorpresa representa mejor que ninguna la libertad del viaje. Y también el
permitirse un egocentrismo que puede bailar entre lo neurótico y lo meramente
narrativo.
Sobre
esas bases asienta Gabi Martínez (Barcelona, 1971) su última obra, Voy, un relato que bebe de las fuentes
formales de Verano, de Coetzee, y del
planteamiento inicial de Nocturno Hindú,
de Tabucchi: el autor construye a un narrador que emprende la búsqueda del
autor desaparecido. En este caso, y no por casualidad, se supone que Gabí
Martínez ha huido a las antípodas para no encontrar un ave que no existe, a no
ser que la fuerza de la mitomanía supere a la de la realidad científica. El
sueño de perderse en solitario se explica a lo largo de las entrevistas que
componen el volumen. Aparentemente, sus principales viajes siempre tuvieron
lugar en compañía de gente. Y si nos atenemos a los retratos que hace de los
entrevistados podemos deducir que estos compañeros despertaron su interés por
las diferentes combinaciones de potencia e ingenuidad que son posibles entre la
condición humana. Se trata de gente con pegada por culpa de alguna de las
versiones de la inteligencia. Pero se trata de gente consciente de no conocerlo
todo.
Las
intenciones de Gabi Martínez son desacralizar el viaje. Algo que puede
permitirse quien ha sido viajero. Para demostrar esa cualidad un tanto
narcisista con la que se identifica, Gabi Martínez selecciona de entre sus
viajes aquellos que más se alejan del turismo convencional: China en compañía
de un adolescente, la India a través de hoteles que son pulgueros, la más
remota península de Australia junto a un tipo que podría haber inspirado a
Cocodrilo Dundee, las regiones del Nilo donde vivir es jugarse la vida.
Regiones en las que para internarse solo habría que ser no valiente, sino loco
de atar. Regiones que nos permiten tener testimonios para definirnos. Porque
ese es el ejercicio de yoga a que somete Gabi Martínez a la literatura: ser
capaz de verse a través de los demás sin dejar de estar condicionado por su propia
mirada. De ahí que caiga en el atrevimiento de bailar de un fiel de la balanza
a otro: la gente me quiere, la gente me aborrece. Soy un tipo interesante, soy
un impresentable. No resulta nada sencillo el ejercicio que es estudiar el
propio narcisismo, y lo que hay de metaliterario en Voy, de obra en construcción consciente de su progreso, resulta de
lo más convincente. En la personalidad de los entrevistados, esa gente potente
e ingenua, encontramos un trabajo de proyección psicológica que es un camino de
ida y vuelta: salgo al mundo para mirarlo y mirarme en el espejo. El viaje
resulta ser un libro de autoayuda, donde le interesa lo que aspira a ser. Hay
que derribar al ídolo, porque los escritores están acostumbrados a que les
escuchen como si siempre tuvieran la razón. Pero hay que conseguir que la vida
sea interesante, aunque sea trabajando como escritor porque es lo más barato.
Escribir y viajar, vivir en un mundo de fantasía. De eso trata este libro, de
talar los tótems que hemos levantado ensalzando a quienes nos han dado tanta
envidia, porque predicaban que el viaje es la libertad.
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