Así comienza la reseña:
El propio Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) lo menciona en algún
momento del libro: conocer la cercanía de la muerte, ser consciente de que
puede suceder, ayuda a ver el mundo como un paisaje y a dejar testimonios
breves, pero de una crudeza muy hermosa. El ejemplo que saca a colación es la
carta de Oliver Sacks, una especie de guillotina en la que da por liquidado un
paso por este mundo, que oculta tantas cosas por las que merece la pena haber
vivido. En el caso de Martínez Llorca, esta carta de despedida se ha ido
prolongando a lo largo de días, semanas, meses hasta que, una vez ha
certificado la función de la despedida, bonita paradoja, culmina las ciento
setenta páginas de uno de los libros más inquietantes y poéticos de las últimas
décadas...
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