Fuente: Culturamas
El espectáculo del tiempo
Juan
José Becerra
Candaya
Barcelona,
2016
525
páginas
Acogidos
a la voz profunda del maestro espiritual, cualquier buen discípulo unifica su
respiración con el universo. En ese momento, todo cobra sentido porque la
sensación es la de que como partícula del cosmos, uno está bien sincronizado.
Hace falta mucha relajación para poner en el mismo plano la mente, el
diafragma, el intestino, las agujas de nieve, las espirales de la galaxia y los
átomos de carbono que componen la materia orgánica. La experiencia dura un
instante, porque al abrir la puerta de la calle acechan los atascos y los
bandoleros de mano dura, así como los episodios que gritan los todólogos en la
radio y la maldita lista de la compra que no conseguimos memorizar. Esas flores
de loto que de vez en cuando conseguimos abrir y que, por mucho que se empeñe
el príncipe Siddhartha, son imposibles de mantener activas segundo a segundo,
hasta sumar el tiempo que uno vive, pueden surgir de las enseñanzas del maestro
zen, sí. Pero también de una psicoterapia en condiciones, y aquí ya no existe
un maestro. Puede que viva un guía que nos ayude, o puede que sean varios los
guías, desde Jung a Proust solo hay un paso que se llama intención literaria. Y
ahí, en ese punto medio, se encuentra esta obra magistral de Juan José Becerra
(Junín, 1965), que empieza siendo más Proust y termina siendo más Jung, aunque
conserve siempre una prosa de una calidad a la altura de, por ejemplo Alejo
Carpentier. A diferencia del maestro Carpentier, Becerra sabe que esa calidad
de su escritura es un obstáculo para completar una obra extensa, de ahí que
apueste su punto fuerte a la distancia del párrafo. Los capítulos son cortos. Y
cada vez más sexo y menos otras cosas, cada vez más Jung y menos madalena de
Proust.
Debemos
decir que en una experiencia psicoanalítica el sexo es fundamental, es
imprescindible que salga a la luz. Y a ser posible en la verdadera forma que
llevamos dentro: el sexo debería ser, cuando nos dejemos llevar, guarro. La
única pega que cabe ponerle a esta obra autobiográfica o piscoanalítica es que
los episodios del sexo se repiten. Las cosas más importantes debería bastar con
mentarlas una sola vez pero, eso sí, saber cuándo uno se encomienda a ellas
para azotar en la espina dorsal del lector.
Por
lo demás, nos hallamos frente al viaje de la vida, a la aventura de vivir,
desmenuzada, narrada. Al tratarse de una psicoterapia, en la que uno se
reconcilia con el relato de su vida, pues es imposible reconciliarse con el
pasado, no hay calendario. La literatura de la memoria es, en buena medida,
dudar, de ahí esa estructura de viajes en el tiempo de apariencia caprichosa.
Por otra parte, cualquiera que se haya puesto a escribir un diario, ha debido
darse cuenta de que al narrar destruye lo que fue, porque lo da por finalizado.
Esto es lo que he vivido tal día como hoy, o como el hoy de hace treinta años,
o con la memoria prestada de mis padres o abuelos, pero el flujo de la vida
continua y por tanto esto de lo que estoy dando fe, lo que me ha construido, no
certifica nada. La maravillosa impresión que da cada capítulo de esta obra es
que lo que narra es vísperas de alguna certeza. Pero a las certezas no llega
nunca. En buena medida, no solo se construye a sí mismo, sino que también
construye al personaje que da coherencia a su verdad. Tal vez Becerra sea a
quien leemos, o tal vez este El
espectáculo del tiempo es la obra en marcha de un mitómano: nos presenta a
quien ha querido ser.
Ciencia
o verdad, psicoterapia o autoficción, Becerra juega con la locura de vivir en
el recuerdo. Existe un sistema mitológico de la memoria lleno de peligros.
Alguien compra a Becerra con Knausgard en un símil sin sentido: Knausgad se
mira al espejo y no cesa de verse. Becerra ve lo que queda detrás de él, otras
imágenes que también están en el espejo. Una de las grandes virtudes de este
libro es evitar el narcisismo. Y eso que cuenta con todo a su favor para
elaborar una obra que impresione. Pero no hay intención de entrar en la
didáctica moral. Becerra no huye de sentir lo propio como suyo, pero tampoco se
detiene a amplificarlo, a darle volumen. La memoria no es, por tanto, ni un
beneficio ni un problema. En realidad, las cualidades de la memoria para
sorprendernos de forma agradable o con desasosiego dependen de lo que se le
agregue. De ahí que por el tiempo, que viaja de ida y vuelta tantas y tantas
veces, viajen razones o sentimientos como el deseo, la dignidad, los principios
(que no es lo mismo que las ideas), las ideas, la felicidad y tantas otras
cosas. El material con el que trabaja Becerra no son las personas, sino los
huecos que dejan las personas, su rastro, el lugar que fue. Y, mientras tanto,
escribe un libro que no organiza, pero sí da la apariencia que precisa para que
lo expuesto tenga visos de realidad. En la realidad, sin ir más lejos, el tiempo
no es una dimensión, es posible que lo hayamos inventado, pero sí existen los
momentos. Por eso estas distancias cortas en las que narra, de ahí el vínculo
tan estrecho con amar el cine y, sobre todo, la gran literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario