Nefando
Mónica
Ojeda
Candaya
Barcelona,
2016
203
páginas
La
ética de las hienas
Nefando trata
sobre una de las infecciones del mundo, esa que transforma el esperma en pus, el
flujo vaginal en ácido vitriólico. Es una apuesta sobre la ética de las hienas
que hacen su agosto con lo más descarnado del sexo, una apuesta valiente, pues
las víctimas pueden llegar a perder su condición humana para vivir con la moral
del granito. Y Nefando es una especie
de juego en la red, una trampa para las hienas que navegan a la búsqueda de las
versiones más crueles e infames de la pornografía. Porque es un juego diseñado
para no tener sentido. Como no lo tiene el trozo de mundo sobre el que elabora
su proyecto Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) lleno a reventar de unos
virus que hay que agarrarse los machos para leer alguno de los párrafos que los
inundan. Porque existe una parte explícita, sí, pero también grandes elipsis
que dejan al lector vacíos sobre los que es casi mejor no imaginar. Pero nos
obliga a imaginar. La lectura de Nefando
no es gratuita, es de las que requieren atención. Porque Ojeda juega con todas
las distancias posibles respecto a la relación con la enfermedad y el crimen. Y
porque la estructura salta de un personaje a otro en una estructura tan bien
elaborada, que da la sensación de no existir otra cosa que no sea el caos, el
desorden de las voces, de los estratos de la ética y de las voces de distintas
regiones del mundo hispano.
Lo
que Mónica Ojeda busca es sacudirnos con el sexo de una forma tan violenta como
hasta la fecha apenas se había conseguido en alguna ocasión con la muerte. O
con el cine Snuff. El amor que registra no es sino dolor y lo más semejante a
la empatía es la relación con el otro a través de la pantalla del ordenador. Y
ese otro carece de rostro. Si no hay un otro, solo cabe lo perverso en esta
novela hecha de fragmentos de la distopía moral. Uno se pregunta a qué género
pertenece, y siente el impulso de catalogarla como ciencia ficción, pero lo que
ocurre en la novela es real. Y, sin embargo, no aparenta ser realismo social,
cuando es una actualización postmoderna, y con mucha sangre de por medio, de
ese género. Porque lo normal, aunque no en la medida que lo padecen los
personajes, en esta realidad es ir desgarrándose, deformándose, escindiéndose,
hasta perder la sintaxis. Y quien pierde la sintaxis está incapacitado para
comunicarse y por tanto se quedará solo. Hay mucho de soledad en esta novela. Pero
también de transición. Uno de los momentos más jodidos de la vida es aquel en
que tienes que dejar atrás la adolescencia y eres una larva de un adulto. Esa
larva, que muchos no consiguen superar, esos momentos en que somos larva, son
los que centran la atención de Mónica Ojeda. Tal vez vaya siendo hora de
ponerle un nombre a esa etapa, como disponemos del de púber para definir la
transición de la infancia a la adolescencia.
Y
por último, Nefando pretende denunciar, saldar cuentas con el cibersexo más
inhumano, el de los abusos a bebés o la zoofilia, una denuncia innecesaria, es
cierto, pero que requiere de un antibiótico, que podría ser la literatura. Que
es la literatura, porque este libro es una experiencia literaria. No faltan
unos apuntes sobre el sentido del humor, que Ojeda sitúa como la vacuna para
mantenernos humanos en este terreno sin escrúpulos. Ni siquiera las víctimas
poseen escrúpulos. Lo cual es el primer paso para desconfiar. No parece existir
sanación posible para ellos. Ni para esta infección social. Ningún
psicofármaco, por muchas toneladas con que reguemos la infección nos va salvar.
Se aproxima el fin de la humanidad y apenas podemos agarrarnos a las raíces del
árbol de la literatura, que asoman aquí y allá a lo largo del precipicio, para
no caer en el desaliento. Esa es la enseñanza de esta novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario