Oficio de tinieblas
Rosario
Castellanos
Libros del
silencio
Barcelona,
2009
474 páginas
La maldición de ser indio en Chiapas
Lo opuesto a
la inocencia, sugiere Rosario Castellanos a través de esta novela, no es la
malicia o la desconfianza, como insinúan los diccionarios de sinónimos, sino lo
mezquino. Y para representar esta idea, y hacerlo de manera muy alejada del
maniqueísmo, construye un artefacto en el que todas las piezas literarias están
muy bien engrasadas: Una obra coral, con estructura encadenada; la indagación
psicológica, el diseño geográfico, la crítica social; la capacidad de
observación reflejada en el costumbrismo; un lenguaje bien sazonado, la
conquista del interés al componer dos tercios de la obra sobre algo que parece
que no va a suceder, y, sobre todo, un tema por el que merece la pena comenzar
la aventura de una novela o de un motín: la conquista de la dignidad.
Existe un buen
dominio de las estrategias narrativas: los eslabones se encajan a través de la
presencia repetida de uno u otro personaje, a los que conocemos tanto por sus
actitudes y reacciones como mediante la introspección que practica el narrador
omnisciente, un narrador que se atiene en buena medida a los escrúpulos, una
faceta tan poco explorada como fundamental en el crecimiento del individuo;
unos escenarios con funciones definidas, en los que cada lugar de encuentro es
un sitio donde tiene lugar un acontecimiento de calado; la presencia de
localismos y metáforas a las que recurre sólo cuando es preciso, dando al texto
un tono tropical en ocasiones comparable al de García Márquez o Clarice
Lispector, que configura la voz exacta que requería el relato, en el que se
vaticina un final de sangre.
Y también
existe una conciencia de su función como escritora, fácil de comprobar en la
diatriba contra hombres y mujeres de casta alta, representados, sin tapujos,
como lo más rancio del estrato económico y étnico al que pertenece una autora
muy sensible a las vidas de los otros.
Al igual que
se refleja en las obras de algunos autores de México, contemporáneos a
Castellanos, aunque exista más como telón de fondo que como eje central en las
obras de Agustín Yañez o de Mariano Azuela, también preocupados por el sentido
que tuvo y tiene en su país la revolución de los humildes, en Oficio de tinieblas se vincula ese deseo
de ser digno con la posesión de la tierra, la justicia con la reivindicación de
un territorio propio, el que poseían antes de ser vencidos y que siguen
trabajando después de la capitulación. En este caso, los subyugados son los
indios de Chiapas, de la región de Chamula, un pueblo en el que a fecha de hoy
permanece el mestizaje de religiones, la espiritualidad multiplicada, como una
de sus principales características culturales. Pero, a diferencia de los otros
autores, Castellanos incrementa el sentido de lo marginal, la necesidad de
hallar salida a ese sentimiento que expresó Claudio Rodríguez en su verso
“estamos en derrota, nunca en doma”, a través de personajes femeninos, seres
que estuvieron en la sombra y, dada su doble condición que las aleja de la
acción aparente, superan a los hombres en humanidad. De hecho, incluso las
mujeres blancas, las esposas o hermanas de los dueños de este mundo, tampoco
están en la victoria.
Las virtudes
de esta obra son, pues, numerosas. Entre ellas está la explicación de ese
temperamento del perdedor, de aquellos que han sido calificados por los
colonizadores como bestias o sencillamente torpes, hombres y mujeres que han
heredado el peso de los quinientos años en que sus familias fueron exterminadas,
esclavizadas, condenadas a la pobreza. Sin embargo, uno abandona esta extensa
novela con una sensación de cansancio debido a su carencia: tanto preocuparse
por el reflejo documental, conduce a la autora a olvidar el papel de la
imaginación; tantas palabras apenas aportan novedades, apenas existe la
fabulación ni el delirio, todo lo que sucede ha sucedido millones de veces
antes. De ahí que dé pie a sospechar que Oficio
de tinieblas tal vez hubiera necesitado una poda para condensar los
contenidos y que la novela gane en potencia.
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