Diccionario de Nueva York
Alfonso
Armada
Península
Barcelona,
2017
398
páginas
Nueva
York es una cascada de estímulos en época de monzón. Esa es la música (uno no
se atreve a escribir melodía) de la gran urbe, de la sinécdoque de la
civilización. Y ese es el sonido que reproduce este diccionario, en el que cada
entrada la ocupa un único párrafo, excepto cuando se introduce una cita, de
prosa en la que no hay una sola palabra barata. Esa sucesión ininterrumpida de
estímulos es lo que busca y consigue Alfonso Armada (Vigo, 1958). La forma de
diccionario le sirve para escoger centros de interés desde los que arrancar a
escribir sobre todo, porque todo es lo que se concentra en la cascada neurótica
que es la Gran Manzana. Y eso incluye lo que ha sucedido y no solo lo que está
sucediendo. Durante su estancia en la ciudad, conoce Nueva York a pie de calle,
desde su apartamento o a través de los libros que hablan de su historia. En el
caso de Nueva York, se da la paradoja de que su historia no es un cadáver que
arrastra el presente en volúmenes enciclopédicos. Su historia está viva,
permanece, como si la ciudad o lo que sea que construye la ciudad, algo que
tiene más fuerza que la suma de vidas de sus habitantes, siga danzando y
formando parte de la decadencia. Porque cuando uno se queda sin respiración,
solo cabe decaer. Y eso es lo que sucede durante la lectura de este estupendo
diccionario, como sucede cuando uno pasea por Broadway o el Down Town: las
dimensiones no son humanas, el tiempo transcurre a una velocidad de tal
magnitud que deja de existir. Reproducir esa idea es un gran logro de Alfonso
Armada, quien a través de sus crónicas ya demostró su talento para la
literatura. Este diccionario le ha permitido menos urgencia, pero igual
premura, porque la ciudad no permite descanso.
Si
nos atenemos a la literalidad del texto, Nueva York es y no es a la vez: es un
estado de ánimo pero es un monstruo inorgánico, es la ciudad de los top ten y la de todos los demás, es
triste y alegra porque siempre es dos emociones contrariadas, es barrera y es
puente, es libertad y cárcel, es el Aleph y es un bar nocturno. Pero también es
Alfonso Armada, porque a la hora de escribir, Armada convoca a todo su pasado
para reflejarlo a la par que habla de Nueva York, como si fuera algo inevitable
agarrarse al tarro de mermelada de la abuela mientras conoce la supuesta
modernidad y las millones de versiones de la cultura que abundan en el centro
de occidente. De ahí el peligro de convertirse en una droga que, en este caso,
toma forma de literatura y de referentes literarios: si la cascada tiene que
actuar como fuente, es una fuente inagotable. Hay perversión, sí, pero también
unos encuentros formidables que no podrían haber tenido lugar en otro sitio.
En
realidad, este diccionario es todo lo contrario a lo que se supone que debe
cumplir como función, ya que plantea más preguntas que respuestas propone. La
única regla es la alfabética. Por lo demás, se nos muestra un lugar que carece
de límites. Armada no cesa de buscar símbolos a los que anclar el antropos, lo
humano, y para nuestra sorpresa, el escritor más mencionado es Kafka. Tal vez
porque Kafka sea para la literatura lo que Nueva York para la civilización. De
esta forma, en una época en que todo el mundo parece querer escribir su libro
sobre Nueva York tras una estancia larga, este diccionario resulta uno de los
más aconsejables escritos en nuestro idioma. Para terminar, se incluyen las
crónicas que Armada escribió a partir del 11-S. A lo largo del diccionario este
suceso condiciona muchas entradas, pero no es suficiente exorcismo. Lo que
sucedió es incomprensible y necesitamos darle forma, entenderlo. Pero en Nueva
York no hay nada que entender. Simplemente, sucede.
Fuente: Culturamas
Fuente: Culturamas
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