Esta reseña es inédita. Lateral no la publicó, por suerte.
Gimnasio. Emanaciones de una
rutina
Juan Abreu
Poliedro
Barcelona,
2002
137
páginas
Cuando uno termina de descifrar esta novela, vuelve
a pensar que el mejor escritor de la historia es Stevenson. Uno vuelve a desear
leer una narración en condiciones, para así compensar la experiencia de esta
lectura. Y eso que Gimnasio es una
obra sincera en el sentido en que confiesa directamente, y desde el principio,
cuáles son sus intenciones: presentarnos fragmentos del mundo que un voyeur,
obsesionado por lo pornográfico, conoce o ha conocido. La obra se divide en
cuarenta y siete fragmentos breves, escritos con frases breves, sin diálogos y
con una prosa en la que destaca el esfuerzo del autor por conseguir una
sonoridad rica en tonos, intensa, pegadiza, en ocasiones próxima a la poesía;
su descubrimiento más digno de valorar es la incorporación de palabras
pertenecientes a las láminas de anatomía de la facultad de medicina, que
aportan su musculatura al texto, y su acierto mayor son un par de descripciones
bastante meritorias. Pero ahí se acaba todo. En una novela de flujo de
conciencia, como es el caso, importa sobre todo el paseo por la cabeza del
personaje, el interés que despierta ese personaje; y el nuestro, que carece de
nombre, es tan pobre como ésto: Si estoy
deprimido el tetarium me cura (p.22). Un buen culo es mucho más perfecto... que
una escultura de Rodin (p.71). Para combatir la presencia de la muerte siempre
me he hecho pajas (p.87), y un largo etcétera. Como se puede suponer, nos
encontramos frente a una conciencia sicalíptica. Y es que la mayor parte de los
fragmentos suceden dentro de un gimnasio y parten de la observación que el
narrador hace de alguno de los visitantes, con quien imagina o practica alguna
forma de sexo. A modo de contrapunto está el pasado de este exiliado cubano, la
evocación de sus inicios sexuales o de los pecados de un régimen que expulsó de
su patria a los disidentes. Como es frecuente en la voz de un exiliado, el
narrador reivindica su condición de nómada y de apátrida de manera tan
hiperbólica como para hacerse increíble, tan llena de un resentimiento confeso,
característico del verdadero patriota, como para desplazar a la nostalgia de su
ubicación natural, cayendo en tópicos como el victimismo o la presunción de ser
diferente. Al igual que cuando reflexiona sobre su pasado, cualquier parecer
del narrador está lleno de tópicos, a no ser que se deje llevar por el mal
gusto: Pienso en mi padre. Hace años que
nadie se la chupa. Va a morir sin que se la vuelvan a chupar (p.128).
En algún momento el narrador confiesa que se escribe
para uno mismo, y el lector entonces se pregunta que qué va a ser de la
literatura si se anula el espíritu de comunicación. Porque escribir pensando en
uno mismo es una práctica que tiende al autismo literario, al onanismo mental.
Por eso voy a volver a leer a Stevenson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario