Fuente: Quimera
A quien corresponda
Martín Caparrós
Anagrama
Barcelona, 2008
319 páginas
Exceso de pasado
El problema es, o puede ser,
definir la marca que mide la separación entre el uso lícito de los arquetipos y
la inmersión en lugares comunes. Por ejemplo, una novela en la que el
protagonista va a consagrarse a una investigación suele empezar con una muerte
violenta. Una vez atrapado el lector con el viejo truco, el que le deparará una
sorpresa final en la resolución del misterio, el autor procede a desarrollar su
obra, una obra en la que la trama acostumbra a ser el motor de la lectura. A no
ser que a un escritor se le ocurra que lo más importante no va ser lo que el
lector deduzca de lo que está sucediendo, porque en su novela apenas estará
sucediendo nada: de hecho, ya sucedió en el pasado. Y así es como Martín
Caparrós maquinó esta novela, este relato que, apunta en el epígrafe, debería
ser pura ficción. Sería fantástico, apunta. Porque ese exceso de pasado será el
sustituto de la trama en esta ocasión, ese exceso que tuvo lugar en Argentina
durante la dictadura militar: la represión, los desaparecidos, el horror, la
muerte de la utopía bajo la bota del soldado.
Desconozco que hasta la fecha
ninguna novela haya cauterizado, con pleno éxito, ninguna herida. Ni siquiera
las de sus autores. Desconozco si Martín Caparrós pretendía sanar escribiendo
esta obra, este presunto relato en el que lo narrativo ocupa muy poco espacio,
y de ahí que se convierta en un monólogo digresivo en el que lo más interesante
es la construcción del personaje, del narrador. Caparrós se inventa un tipo
solitario, al borde del nihilismo frente a lo cotidiano y a las costumbres, que
de repente se siente alterado ante el recuerdo de la desaparición de su mujer
embarazada, seguramente muerta, en un centro de tortura. El desengaño de este
personaje, al darse cuenta de que en su juventud pretendían cambiar el mundo,
lo cual constituyó un error, pues lo necesario era cambiar sus vidas, las que
acabaron perdiendo, le ha instalado en la derrota, le empuja a conversar con
sus fantasmas en el vaivén propio de un hombre desnortado y a mantener las
amistades de siempre por rutina. Hay algo de tópico en sus recuerdos de
juventud rebelde, como él mismo reconoce: “Es el mecanismo de la cultura
imbécil: consumir lo que ya tiene un mito bien establecido”, pese a lo cual no
deja de idealizar el pasado, de interpretarlo y de reinterpretarlo, sin llegar
a ninguna conclusión. Y, sin embargo, tiene prisa por encontrar explicaciones
que le justifiquen haber vivido toda su vida, porque él empezará su
investigación cuando le anuncien su fecha de caducidad.
A lo largo de lo que termina por
ser más una situación que un relato, están presentes, a modo de barro que pisan
las ideas, el sentido de culpa, la confrontación con el horror, el
descubrimiento de las bajezas, la caída de los principios, el cóctel maldito
que componen la realidad y el deseo. El narrador, que ya no debe nada a nadie,
se empeña en no dejar títere con cabeza, arremete contra los límites de lo que
se considera humanitarismo de forma un tanto convencional, como el progresismo
de andar por casa o la ruindad de quienes se aprovecha de su condición de
víctimas. Se cuestiona dónde está el honor de la derrota, debido a que el
victimismo es una forma más de estar domado, de ser presa de la dominación,
para lo cual recurre a otro personaje, una muchacha que no vivió aquellos años,
con la que el protagonista mantiene una incompleta relación sexual y que les
acusa de seguir presos del exceso de pasado y, por tanto, de los mismos militares:
“aunque pasaron treinta años siguen hablando de lo que les hicieron esos tipos”.
De ahí tanto arquetipo, tanto modelo implantado en el inconsciente colectivo de
los argentinos, y cierto tono de protesta contra él que emana de este libro al
tiempo que emana la rabia contra aquellos sucesos, hasta el punto de que al
cerrar sus páginas uno tiene la impresión de que al narrador no le queda más
remedio que concluir con una pregunta: ¿qué es lo que deberíamos haber hecho?
Escrita con unos giros de lenguaje muy argentinos, que dan potencia al texto al
tiempo que un aire costumbrista, A quien
corresponda es una novela en la que se le propone a cada lector encontrar
qué idea es la que está dirigida a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario