América alucinada
Betina
González
Tusquets
Barcelona,
2017
252
páginas
En "América alucinada", la escritora Betina González
construye una trama cruzada por tres historias, en una ciudad sin nombre, pero
no en una ciudad cualquiera. El escenario es un lugar que está al filo del
abismo de la extinción, una distopía que casi no pretende serlo, donde el
desencanto y la falta de sensibilidad impera. En la novela se impone el
lenguaje y el pulso narrativo, terreno en el que Betina González (Buenos Aires,
1972) se mueve como pez en el agua, ya que se trata de una novela de situación
o, para ser más precisos, de una novela de atmósfera, por encima de temas como
la familia y la desintegración familiar. El filo de la realidad, la furia y el
inconformismo se reflejan en esta especie de ciencia ficción en la que se
denuncia un sistema que se ha digerido a sí mismo, que ha dejado atrás eso que
hoy conocemos como capitalismo pero que en la obra resulta irreconocible.
En la ciudad parecen habitar más ciervos que personas, y las
personas que se encuentras son críos y jóvenes reunidos en una suerte de secta,
adictos al LSD, o su contrapunto, los habitantes del bosque próximo, que han
elegido ser salvajes. El tejido de la ficción enlaza la peripecia de la niña
Berenice, presuntamente abandonada por su madre, con la de Vik, un inmigrante
que descubre que tiene una intrusa escondida en su casa –“tan pequeña y
silenciosa como las arañas”– y la anciana Beryl, una ex hippie que funda un
perturbador club de caza para eliminar a los ciervos: “Nunca había mezclado
tres historias. Aunque hay una primera persona, también hay un narrador en
tercera. Puede parecer una pavada porque yo lo utilizo para escribir cuentos,
pero en la novela el narrador en tercera tiene otra complejidad”, comenta
Betina en una entrevista sobre esta novela.
El caso de Vik, se trata de una persona extranjera que facilita
ver la ciudad con mucha distancia, un espectador al igual que lo es el lector. Miss
Beryl es pura metonimia de la vejez rebelde en una sociedad donde los ancianos
viven solos, mientras se presta atención a la juventud. Existe un trasfondo
surrealista cuando habla de los ancianos, hasta el punto de que la novela toma
un aspecto teatral en el mejor sentido: no es la realidad, sino la
representación de la realidad lo que impera. Lo cual nos sugiere algo más
cierto y terrible. Pero no contenta con ello, Betina se inspira en noticias
reales. Da la impresión de haber coleccionado noticas a lo largo del tiempo
para encajarlas en el espíritu de la novela. De alguna manera, lo que leemos no
es tanto investigación como miedo, tal vez los propios de la autora, tal vez
una advertencia. Y esa es la que configura un universo propio, que se desarrolla
con una prosa de una facilidad pasmosa, esa que es fruto de mucho trabajo a la
par que de mucho talento. De hecho, uno no percibe las exageraciones como
tales, a no ser que vuelva a leer cada párrafo. Lo que debería ser una novela
fantástica, es un viaje a una realidad posible, porque no cabe otra posibilidad
que el horror o la alucinación. Es como si tratáramos con una realidad que vive
al otro lado de nuestra puerta, que es nuestro vecino, pero que hemos elegido
no prestar atención, una realidad donde los dioses tienen nombre de fármacos y
el deterioro está en la juventud, donde los personajes interpretan a sus
propios personajes, pero buscan distintas salidas a un problema colectivo. Pero
el problema colectivo acaba allí donde termina la ciudad, donde termina la suma
de nombres que somos capaces de guardar en la memoria.
La sociedad de este lugar donde se abandonan bebés y se cazan
ciervos, donde los ciervos, emblema de la belleza del bosque, son, a su vez,
asesinos, es una especie de reprogramación. Betina González ha sido capaz de
resetear el mundo, pero sabe que no puede detener su marcha hacia una
descomposición o recomposición con aspecto descompuesto. Hasta el punto que
hace de ideas convenidas como verdades absolutas, la mayor de ellas el amor incondicional
de una madre por sus hijos, una mentira. Y eso es una apuesta valiente. Tan
valiente que el colapso ecológico que ha empujado a la situación de la ciudad
queda en segundo plano. Como queda el grotesco museo antropológico o la
colección de muñecas rotas, o el sexo entre ancianos. Porque América alucinada
es una apuesta por el extremo, por la decisión que tenemos que tomar en el
último momento, cuando ya no nos queda otra que decidir entre el bien común o
el propio. O entre el mal común y el propio. Una apuesta arriesgada. Una novela
que funciona como una cirugía sin cloroformo.
Fuente: Culturamas
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