Al este y bajo el cubrecamas
Lo más difícil, a la hora de
hurgar entre los demasiados libros que se apilan en las estanterías y mesas de
novedades, es deshacerse de esos que hacen de cubrecamas sobre el panorama
literario. Para explicar este fenómeno basta un ejemplo muy significativo en
estos días: si a un lector medio se le preguntara, hasta hace unas semanas, por
la literatura mexicana, en seguida sacaría a colación nombres como Octavio Paz
o Carlos Fuentes, los dos escritores emblemáticos que han estado tapando a
otros, más grandes que ellos, entre los que se encuentra, cómo no, el magnífico
Sergio Pitol. Solo cabe felicitar al jurado del Cervantes, que parece haber
vuelto a enderezar el rumbo acertando los dos últimos años, tras unas
temporadas en las que manifestó un tino precario.
Pues bien, ese efecto de
cubrecamas lo ha ejercido este año, por suerte y a cuentas del cuarto centenario,
nuestro Quijote, cuya segunda parte
sigue siendo la mejor novela de la historia. Pero se acaba el 2005 y ya uno
puede echarse a temblar. Lo que la gente conoce como mundo literario retomará
su presencia, y el canon nacional volverá a imponerse al extranjero, dando pie
al triunfo de autores a los que uno se ve abocado a leer con el único objetivo
de poder participar en ciertas conversaciones sin que le tachen de autista.
Disculpen que me ahorre nombres de autores de sombras del aire y de las
versiones españolas de códigos secretos.
Y así, sin tener que recurrir a
las recuperaciones de autores clásicos, entre las que destaca, por ejemplo La educación del estoico, de Pessoa (El
Acantilado), ni siquiera a las de aquellos que permanecieron, inmerecidamente,
a la sombra de los clásicos, como W.H. Hudson del que El Acantilado publica su
estupenda La tierra purpúrea, ni
tampoco a la faceta más desconocida de uno de los grandes, como es el caso de
Walter Benjamín en sus Historias y
relatos (El Aleph), y sin tener que apostar por valores seguros como
Coetzee y su Hombre lento (Mondadori),
uno ha podido descubrir un movimiento hacia el este, hacia un mundo tapado por
el cubrecamas de la literatura occidental. No es necesario viajar hasta Japón,
desde donde nos llegan dos libros interesantes sobre relaciones humanas -¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!,
de Kenzaburo Oé (Seix Barral), y Tokio
Blues, de Haruki Murakami (Tusquets)-, para vernos embarcados en la
aventura rumana de Ádám Bodor, quien crea un mundo a caballo entre Kafka y el
realismo mágico en su excelente La visita
del arzobispo (El Acantilado). La editorial Minúscula, meticulosa, discreta
y exquisita, nos sacude con la novela autobiográfica de Karoly Pap, Azarel, en la que descubre los males de
haber sido niño, posiblemente porque no le cabe otra terapia. Otro húngaro que
viene siendo reivindicado por ediciones B, y que no cabe desdeñar, es Dezso
Kostolanyi, de quien se nos entrega La
cometa dorada. Desde Polonia desembarca Las
puertas del paraíso, de Jerzy Andrejewsky (Pre-textos), que retoma la
historia de la cruzada de los niños para hablar sobre la intensidad de las relaciones
humanas, llevándolas hasta límites insospechados, un libro que disfruta de ser
presentado por el mismísimo Sergio Pitol.
Tres recomendaciones más, al
margen del interés despertado por Europa del Este, en el que cabe indagar con
respeto: la primera es el ensayo Las
montañas de la mente, de Robert MacFarlane (Alba), un libro feliz sobre la
libertad del aire libre. La segunda la nueva publicación del inclasificable
mozambiqueño Mia Couto, Cada hombre es
una raza (Alfaguara), capaz de crear metáforas hasta en los espacios entre
palabras. Y por último, para aquel que esté interesado en la nueva horneada de
autores americanos, esa gente tan al margen del resto del planeta, y que no
pueda seguirlos uno a uno, puede echarle un vistazo a Generación quemada, una recopilación de relatos publicada por
Siruela, en la que el factor común es el experimentalismo formal y el lenguaje
mínimal.
Cuentos completos
Flannery O’Connor
Lumen
Dudo que este año se haya
publicado un libro más importante que el que nos trae la obra breve, entera, de
la escritora que padeció lupus eritomatoso a la sombra del sur de los Estados
Unidos. Una cuidadísima edición permite leer con deleite estos relatos en los
que el límite de la realidad y la imaginación funciona como el filo de una
cuchilla. Se recomienda no analizarlos, simplemente dejarse arrastrar.
Los zarpazos de la montaña
María Coffey
Desnivel
Se trata de un ensayo
extrañísimo. Una persona normal, la propia María Coffey, sin especial
preparación periodística ni psicológica, pero armada de una sensibilidad que
desnuda a la gente con quien se encuentra, reflexiona acerca de las etapas del
duelo. Aquéllos con quienes se encuentra son gente que, al igual que ella,
vieron su vida partida por la desaparición de un ser querido en las montañas.
Aquí nos vemos
John Berger
Alfaguara
Siempre deslumbrante, siempre
convertido en eso que se conoce como un artista. Para Berger la literatura es la
expresión de la inteligencia sentimental. Y en esta ocasión, partiendo desde
hechos autobiográficos, nos sorprende con unos textos nómadas sigilosos,
tamizados por la memoria de la sabiduría, recordando qué ingredientes
condimentaron su persona.
En otro tiempo
Soma Morgenstern
Minúscula
No hace mucho que se ha empezado
a recuperar la obra, es decir la memoria, de este autor originario de la Galitzia oriental, pero
que construyó su literatura en alemán. Desde su obra maestra, Huida y fin de Joseph Roth (Pre-textos),
hasta su reflejo de los tiempos más duros en Huida en Francia (Pre-textos), también publicada este año, pasando
por sus recuerdos de infancia y juventud, este escritor produce dependencia.
Zona templada
Jonathan Frazen
Seix Barral
Un tanto agazapado tras los
autores norteamericanos consagrados, pero muy valorado por la crítica tras la
publicación de una novela tan ambiciosa como extensa, Las correcciones, a Frazen aún le quedaba por demostrar su talento.
Y lo consigue en este breve ensayo autobiográfico, en el que consigue decir
cosas de mucho más interés, en apenas cuarenta páginas, de las que había dicho
en su obra anterior.
Marca de agua
Joseph Brodsky
Siruela
Un libro recuperado por Siruela
en una magnífica traducción, nueva, de Menchu Gutiérrez. Marca de agua toma lo más poético de la mirada de su autor, y lo va
desgranando en relación a la ciudad de Venecia, a la que visita una y otra vez
con el ánimo del hombre que acude al encuentro del destino de los otros
hombres, un tipo hipersensible que ha vivido su buena parte de mundo.
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