El inútil de la familia
Jorge
Edwards
Alfaguara
Madrid,
2005
358
páginas
Tal vez el mayor peligro de las novelas que llegan de
América Latina, incluidas, o sobre todo, las escritas por los autores de mayor
pretigio, sea el exceso de conciencia de pertenecer a una élite intelectual,
cultural y hasta aristocrática. En ciertas obras se trasluce la certeza
subjetiva de que ellos son lo mejor de sus países, pues igualan o superan a los
pensadores europeos, y además han visto tanto mundo como los exploradores del
siglo XIX, o al menos con la mirada igual de despierta que ellos, y sus virtudes
deben valorarse en relación aritmética con las dificultades sociales y
económicas de sus regiones de origen. El hecho de que se consideren hombres de
mundo y reivindiquen sus raíces es lo mejor de sus obras. Lo peor, que
pretendan apoderarse incluso de los emblemas de hombres y escritores malditos,
cuando posiblemente sean privilegiados. Y Jorge Edwards cae en la falacia. Eso
sí, con cierto estilo y disimulándolo muy bien gracias a los espejismos
verbales.
El estilo al que recurre es el proceso de identificación
latente al escoger a un familiar de cuya biografía y obra no deja de
considerarse deudor. La presencia del narrador (que cabe suponer es el propio
Jorge Edwards) se mantiene constante, concediéndose libertades discursivas,
interpretativas, narrativas o comunicativas de todo lance, y a tal fin
construye un texto en el que las distancias se unifican: tan pronto el
protagonista es él, como tú o yo, un tráfico de personalidad que sucede,
ocasionalmente, en una sola frase.
En cuanto al espejismo verbal, nos encontramos con un
ritmo sincopado, de galope, en el que abundan las redundancias como si eso
supusiera dar mayor credibilidad a sus ingenios, en un riesgo equivocado, pues
las enunciaciones reiteradas, aunque varíen los términos, suponen fallos
semejantes al de las afirmaciones inglesas, en las que una negación sumada a
otra negación equivale a una afirmación; curiosamente, este fenómeno se produce
en enumeraciones en las que casi siempre los elementos enunciados son tres. De
manera que Edwards prefiere el lenguaje a la peripecia, una opción que el que
suscribe desconoce si fue la elegida por su familar, Joaquín, impulso que
justificaría esta decisión, si bien, por lo que sugiere en las reseñas y
análisis de las obras de Joaquín, no parece ser el caso. Los referentes van
variando en cada párrafo, desde las personas de la familia a los artistas
famosos o la abundancia de chilenismos, ganando en intensidad cuando estos son
acontecimientos históricos, pues donde más acertado se encuentra Edwards es en
el flujo de historia que recorre el texto, y que abarca los años anteriores y
posteriores a la Primera Guerra Mundial.
Fuente: Lateral
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