Los peligros de fumar en la
cama
Mariana
Enriquez
Anagrama
Barcelona,
2017
199
páginas
La
gesta de ser un escritor de relatos con un mundo propio, y que ese mundo
merezca la pena, que sea diferente, que emocione, está al alcance de algunos
pocos. Escritores con buenos relatos hay docenas. Pero escritores de relatos
con una personalidad transversal, al margen de Chejov, que es el escritor
total, queda Maupassant, Borges a pesar de ser demasiado literario, Paul
Bowles, Stevenson que se medía con el relato en distancias medias, como Conrad.
Y, recientemente, se están añadiendo a la lista autores como Daniel Díez
Carpintero, que en El mosquito de Nueva
York (Sloper) demuestra un potencial tremendo. El libro anterior de Mariana
Enríquez (Buenos Aires, 1975) prometía un mundo propio sobre el que excavar en
la cantera de la literatura. Y el mineral, efectivamente, pertenece a las
tierras raras. La sensación que uno tiene es que nadie podrá imitar a Mariana
Enríquez. La consistencia del relato corto que no se cierra del todo, la
intromisión justa de lo gótico, que nos hace sospechar de la realidad, el misterio
con sus derivaciones -los fetiches, las maldiciones, los tabúes, la magia, el
destino, la escatología (en su doble sentido)-, se combinan con la proximidad
de los personajes, con las amistades juveniles, con los vecinos, con las
relaciones inevitables entre miembros de una familia. El mundo en el que excava
es de un gótico demasiado creíble, tanto como para que mantengamos el libro a
una distancia prudente.
La
frase corta, con la pegada justa, adaptada a las voces más o menos
adolescentes, ayudan a elaborar un indefinido mundo en el que los fantasmas son
las personas. Para nuestra sorpresa, el libro no es una reunión de relatos con
un corte propio, es un libro programado. A medida que avanzamos en la lectura,
la edad del narrador crece. Pero se mantiene el espíritu adolescente. Porque en
este caso, más que nunca, la adolescencia es un espíritu. Y ese espíritu, que
vaga entre este mundo y el imposible que hay al otro lado de la tumba, mantiene
su realismo. Las reacciones de los personajes son de género fantástico, pero
ancladas a la realidad. Porque la realidad, que durante los años de
adolescencia es algo que se aborrece, no ofrece otra salida que no sea la
fantasía. Y el mundo de la fantasía está plagado de monstruos. Los adolescentes
escapan compartiendo sus miedos con otros adolescentes. Los adultos permanecen
en la adolescencia, pero como se niegan a reconocer sus miedos consumen
pastillas para dormir. En ocasiones también para suicidarse. A los celos, por
ejemplo, les compensa con un conjuro, a la maldición de todo un barrio con la
fortuna de una familia. Los emigrantes, sacudidos por la xenofobia en Barcelona,
denuncian la farsa de la ciudad amable a través de la existencia de la
pedofilia. Hay temas victorianos como el despecho o la enfermedad pulmonar,
incluso la necrofilia, el magnetismo por los muertos. Y sexo, sí, claro. Al fin
y al cabo, no es tan fácil relatar desde la adolescencia para los adultos. O
para los buenos lectores. Que agradecerán que Mariana siga explotando una
cantera que en sus manos se nos antoja infinita.
Fuente: Culturamas
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