viernes, 16 de marzo de 2018

VIAJE POR GALÍPOLI


Viaje por Galípoli
La batalla sobre el tiempo
Javier González-Cotta
Pre-textos
Valencia, 2016
627 páginas

Deberíamos comenzar hablando de La Ilíada, cuyos versos amparan la mirada del autor hacia la matanza de Galípoli, una de las batallas más estremecedoras de la Primera Guerra Mundial. Sobre algo parecido al honor encuentra belleza. Galípoli es una península turca, un militar enclave estratégico del Egeo donde damos por supuesto que tuvo lugar la Guerra de Troya. Y si Homero cantó aquella guerra, en un tiempo en que la épica bélica podía identificarse como poesía, Javier González-Cota (Sevilla, 1970) emula al bardo griego. González-Cota se acoge al número mágico de los cien años que han transcurrido desde entonces para justificar su empeño. Mientras visita la península, como un turista que ve, narra la batalla.
Para leer este Viaje por Galípoli tenemos que transformar las entrañas en aire, para evitar que las emociones se enturbien con nuestros prejuicios. Basta conocer la excelente película del australiano Peter Weir, Galípoli, para saber de la crueldad extrema que supuso esa inútil matanza. Aquí se da fe de ella sin alevosía, pero sin denuncia. Entre los retazos del viaje del autor, que se limita a describir lo que ve, se extiende la documentación, hecha relato, de la batalla. Mientras mira a los turistas tostándose al sol, en las playas que quedan junto a las trincheras, rememora la táctica militar y las vidas de algunos de los personajes con lirismo, preocupándose de la música de las palabras, como los poetas manieristas.
González-Cota pertenece más a la estirpe de Borges, la de los prosistas, que a la de Tolstoi, la de los novelistas. No pretendemos que esta manifestación implique nada peyorativo. Más bien al contrario: González-Cota deja bien claro, desde la primera línea, en qué consiste su proyecto literario. Pero dicho proyecto precisa de habitantes. Y aquí caben los hombres de todo pelaje. Desde Chavez Nogales y sus crónicas de Constantinopla, describiendo el costumbrismo de época, hasta el soldado raso que fallecerá apenas cumplidos los dieciocho años, en una muerte de sórdida belleza.
Pero previamente, conocemos el lugar a vista de pájaro, con sus pliegues que condicionaron la conquista de los cerros. Y también debemos ser conscientes de lo que supone ese enclave, un puente sobre el que han ocurrido cientos de guerras fronterizas, desde las de los imperios otomanos a las del imperio austro-húngaro. Un lugar donde se acumula la ponzoña de los siglos. Conocer la geografía humana y física de Galípoli, nos conduce a valorar la logística del paisaje y de la comunión de razas en la batalla. Valgan las referencias a la película Senderos de gloria y al libro Un puente sobre el Drina, para hacernos a la idea de los parámetros que sigue la literatura de este proyecto: el malestar del individuo ante la injusticia, y la deformación del enclave estratégico por el que pasaron mil culturas en guerra. Paseamos así por los cementerios, los museos bélicos, los emplazamientos de las baterías o los fondeaderos de navíos de guerra en lo que se adjetiva como turismo funeral. La batalla se nos desgrana en orden cronológico, siguiendo la documentación recabada para la imagen general, y la imaginación humana para los detalles que ornamentan tanto el fuego guerrero como a los pobres combatientes.
Durante esa época, Turquía exterminaba a los armenios. Durante esos años, un inglés de apellido Churchill dirigía el ministerio de la guerra británico. Entre Churchill y el soldado que fumaba su pitillo muerto de miedo, existe una comunicación extremadamente lenta, que hace que el asedio se prolongue hasta el punto de que las trincheras se convirtieran casi en ciudades donde se dejaban caer los primeros corresponsales de guerra. Galípoli fue la primera batalla narrada en una prensa que consideraba el imperio otomano como un anacronismo.
“El más estético de los abandonos”, describe González-Cota el paisaje después de la batalla en esa península alejada del meollo económico, pobre, pero ubicada en un punto estratégico que le otorga una historia. Una leyenda. Ese género, el de leyenda, es el que nos permite leer la batalla con la melancolía de los cementerios cultivados, como un estercolero en el que nacen amapolas.


Fuente: La línea del horizonte

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