lunes, 19 de marzo de 2018

GRAND TOUR

El Grand Tour’ es un libro de labor histórica encomiable que Daniel Muñoz de Julián ha concebido a modo de guía práctica para esos viajeros ilustrados que partían hacia Italia, Oriente y España durante meses y hasta años, en busca de arte, ideas, experiencias y nuevos horizontes. ¿Cómo era ese largo viaje?

Hace varias décadas, un periódico inglés solicitó a un intelectual de cada país de Europa un artículo en el que expresara su parecer sobre Inglaterra. El redactor encargado tuvo la fortuna de elegir, de entre los escritores franceses, a Jean Genet. Genet no se anduvo por las ramas y expresó todo lo horroroso que tiene un país de gente con jóvenes de piel lechosa, pan blando y comida sin sabor, un clima gris y toda suerte de realidades por las que no se le ocurriría, jamás, ir a vivir a Londres. Genet, debemos recordar, estaba enamorado de los hombres magrebíes, entre los que encontraba con frecuencia amantes. El traductor del artículo, una vez hecho su trabajo, le envió una copia a Genet para que la corrigiera. En la carta añadía una postdata en la que indicaba que, en su opinión, Genet no había entendido las virtudes inglesas, como por ejemplo el sentido de estado. Mientras que en países como Italia, le comentaba, la gente hace todo lo que puede por estafar al fisco, en Inglaterra nadie engañaba al recaudador del erario. Genet le devolvió el artículo al periódico con una única modificación. Al final del artículo había añadido una frase: “Inglaterra es un gran país porque los italianos no pagan sus impuestos”.
La doble lección que dio Genet al periódico fue la de responderles con humor, sí, pero con ese tipo de humor que uno llamaría británico. Ese es el sentido con el que está escrito este El Grand Tour, en el que su autor, Daniel Muñoz de Julián (Madrid, 1982) se pone en la inteligencia de un mentor inglés que da lecciones a su pupilo, o a su pupila escondida bajo el disfraz de chico, sobre cómo atravesar Francia e Italia. Parte de la única razón posible para emprender un viaje, la de conocer, aprender, juzgar, discurrir, frente a las que otro humorista británico, Sterne, afectaba: “En realidad solo se deja el país por tres causas: enfermedad del cuerpo, imbecilidad mental o inevitable necesidad”. Y sitúa a su viajero y a su mentor en la época de la que más merece la pena reírse: la Ilustración. Son los años de lo solemne: “La solemnidad es el disfraz que usa la estupidez para hacerse pasar por respetable”, dictó un clásico latino.
“Este libro tiene apariencia de pastiche, y recordará al extravagante Montaigne, pero en realidad está presidido más bien por el espíritu de Plinio. Como no conoces ni a uno ni a otro, tanto da, pero el caso es que esta, que desconoce la inmodestia, puede ser la guía de las guías”. Porque la estructura, eso sí, se corresponde en cierta medida a las de los apartados de las Lonely Planet en que sugieren un itinerario, cuyo interés sigue siendo la anglofilia: “Ahora, los ritmos lentos de Inglaterra no deben hacer tampoco que la desvalorices. Justamente, la tarea que te espera es convertirla en algo mejor”, se comenta en las conclusiones. Conclusiones que vienen de unos consejos que a lo que más se asemejan son a los que Don Quijote soltó a Sancho la noche antes de que le nombraran gobernador de la ínsula de Barataria, pero adaptados a las condiciones de las ciudades y los parajes por los que atravesará el joven viajero.
Muñoz de Julián ha hecho, para este aparente ejercicio de humor, un inmenso trabajo de documentación y proyección sobre la época de la Ilustración, desde los padres de la Enciclopedia a la picaresca. Destaca, por encima de todo, la labor de historiador social, de conocedor de la vida mundana de la gente. Se nombran, sí, a los embajadores y filósofos, de los que siempre se extrae algún detalle burlón, al igual que lo hace a través de la selección de imágenes con las que ilustra el libro. Pero cuentan más los estafadores y sacacuartos, los vividores y los campesinos, los pendencieros y la decadencia de la clase culta… excepto en Venecia y en el orientalismo con que se mira a Nápoles. Entre otras razones, porque da por supuesto que una de las intenciones de su pupilo será comprar arte durante el viaje. Así, al tiempo que caricaturiza a los expertos y comerciantes, da cuenta de las obras ante las que merece la pena detenerse. Y del regateo como una burla a la inteligencia. Siempre, eso sí, desde la consideración de hombría que tiene un inglés, uno de esos muchachos que ya desde niño aprendió que no se debe escatimar a la hora de pagar impuestos, porque el sentido de estado y de pertenencia está a la altura de la cualidad más honesta posible.

Fuente: La línea del horizonte

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