Caviar, dioses y petróleo
Luis
Pancorbo
Renacimiento
Sevilla,
2017
418
páginas
El
mundo es todo lo contrario a un lugar siniestro. ¿Cuál es el antónimo de
siniestro? Benévolo, dorado, noble, amable… ninguno de ellos termina de
adecuarse a la sensación que está transmitiendo Luis Pancorbo (Burgos, 1946) en
sus últimas publicaciones. Pancorbo recorre esos trozos de planeta por los que
muy poca gente se pierde. En este caso, los países que rodean al mar Caspio:
Rusia, Calmuquia, Daguestán, Azerbayán, Turkmenistán, Kazajistán e Irán. No
todos de una tacada, que supondría un esfuerzo titánico para un hombre que ya
quiere vivir el viaje como un descanso. A lo largo de varios desplazamientos,
va recorriendo la costa del Caspio y adentrándose, aquí y allá, en los lugares
que le llaman la atención, que son aquellos sobre los que en algún instante
escucha un latido en la voz de alguien que los nombra, y no los que figuran en
las guías de viaje. El país, y cuando mencionamos país hablamos de una cultura,
de una idiosincrasia, de una personalidad, no de un estado, es amable porque él
se propone que lo sea. De entrada, se hace acompañar de buenas personas. Algún
traductor o guía, algún acompañante, algún contacto, que demuestra su calidad
humana. En ocasiones, cuando llega la decepción, se aleja sin rencor y le
resulta sorprendentemente fácil hallar gente decente, digna, noble.
Pero
el viaje de Pancorbo, la elección de esos destinos, no es casual. Pancorbo,
como todo gran viajero, como todo viajero ilustrado, como todo viajero con
ambición, ansía desplazarse no solo de un lugar a otro: desea atravesar las
barreras del tiempo. A ser posible, en dirección al pasado. El caviar, sin ir
más lejos, es un claro símbolo del pasado. El caviar ya no existe. Es un
alimento escaso, en peligro de extinción, que él desearía consumir en cada
desayuno, como lo hicieron los pescadores del Caspio hace quinientos años. Por
otra parte, en Europa raramente va a reconocer el pasado. Consumidas las
ciudades históricas a modo de parques temáticos, fachadas, pura estrategia
mercantil, la verdad del pasado queda en el gesto del viejo azerbayano que bebe
té con menta.
De
ahí viene esos elogios constantes, esos encuentros con la tradición, sin
crítica. Para Pancorbo las tradiciones que ve no son objeto de análisis
marxista, feminista o antropológico. Son documentos. Y así obtienen su
beneplácito de documentalista. Son el pasado, algo que los habitantes del
Caspio viven con honradez y entereza. Son sinceras, aunque para documentarlas
no nos quede otro remedio que atenernos a una cierta mirada neocolonial. Pero
en este caso, son de un valor singular. Porque esas tradiciones han superado y
revivido tras el paso del oscurantismo. Prohibidas durante la etapa de la Unión
Soviética, se conservaron escondidas en los rincones de las casas. Ahora, que
las mismas casas son reflejo del Pacto de Varsovia, reviven como sensación de
vitalidad común: ayudan a reconstruir el país. Y mientras tanto, Luis Pancorbo
lee, escribe, va al cine… Todo lo que entra en él es susceptible de asociarse a
lo que vive en el viaje. No es necesario remitirse a otros viajes o a los
libros de historia. Puede estar hablando, a la vez, de una película de culto
americana estrenada en el año 2016 y de la pesca del esturión. Porque Pancorbo
ya ha vivido mucho, ha viajado mucho y quiere seguir demostrando que del viaje,
o de la lectura del viaje, la del viaje propio o el ajeno, uno puede salir
mejor, si es que está dispuesto a que el viaje, como cualquier otro
acontecimiento de la vida, le cambie.
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