Este es el texto que preparé para la primera conferencia que di como escritor, invitado por la organización de la Feria del Libro de Badajoz. Lo ilustro con imágenes de los libros de mi compañero de conferencia ese día.
Espero que os interese.
La
nueva literatura
1- Del 98 al 98.
Para comenzar a hablar
sobre la nueva literatura (aunque
tal vez fuera más preciso decir sobre los
nuevos literatos, por motivos que espero queden claros al final de esta
intervención), permítanme enlazar, en primer lugar, dos momentos históricos en
nuestras letras:
Han transcurrido cien años,
un siglo, desde la fecha señalada por
Azorín para definir la generación a
la que él mismo pertenecía, la
generación del 98, hasta nuestros días. Este inicio de gran perogrullo cobra
sentido en el momento en que la voz siglo es utilizada como
exponente de una de las épocas de mayor esplendor de nuestro patrimonio
artístico; me refiero, naturalmente, al Siglo
de Oro.
Lo que de alguna manera
pretendo demostrar, en cuatro grandes pasos, es que éste que ahora se
cierra, con numerosos estrenos de autores, es otro gran siglo de nuestra
literatura; no sé si un segundo siglo de oro, o un más sencillo siglo de
plata; en cualquier caso, es un siglo que no querremos olvidar, y que no
podremos olvidar quienes, hoy por hoy, dedicamos parte de nuestro tiempo a la
lectura. Es un siglo que indudablemente
marca a la nueva literatura.
(Sé que el discurrir del
tiempo en las artes no se corresponde con la división tiránica y fragmentada
que presentan los libros de texto. Esta fórmula cronológica a la que recurro cobrará sentido cuando en el
quinto paso hayamos llegado a nuestros días.)
1.1-
Primer paso: inicios del siglo:
De aquellos escritores que
iniciaron su carrera en torno al 1.900, voy a seleccionar dos nombres que
demuestren lo enriquecido que ya comenzó el siglo XX; estos dos nombres son Baroja y Valle-Inclán. Quiero que ellos
vengan aquí para representar dos concepciones casi antagónicas de
interpretar el oficio de autor.
El primero de ellos, Baroja, nos sacude con todo la potencia de la narración desnuda.
Con un estilo rudo, su obra se articula sobre la actitud y la acción de los
personajes.
En el segundo de ellos, en Valle-Inclán, por el contrario,
encontramos la más apolínea exquisitez del lenguaje. No es que la
lectura de sus relatos no forme imágenes en la mente, es, sencillamente, que el
disfrute de la palabra apenas deja lugar a otras formas de deleite.
Quiero que estos dos polos signifiquen la libertad narrativa que ha imperado, y
todavía impera hoy, en la literatura, como apuntaremos más adelante.
1.2-
Segundo paso: la poesía.
Tan sólo indicar que desde
el 98 hasta la época actual, y ciñéndonos
únicamente a nuestro país, hemos gozado, con permiso de Garcilaso y de Quevedo, de su momento más brillante. Creo que se pueden
contabilizar tantas generaciones de excelentes poetas como para que la propia
palabra generación pierda su
sentido, y lleguemos a hablar, más bien, de promociones,
pues resulta probable registrar casi una generación por década.
Bastaría mencionar los
nombres de la primera mitad de siglo para dejar seco el aliento. Ahorraré a
quien me escucha una enumeración, que siempre quedaría mutilada por muy
exhaustiva que fuera.
1.3-
Tercer paso: la novela de América:
Con los poetas hemos
llegado, aproximadamente, a la mitad de siglo. Y es entonces cuando
ellos cruzan el océano. Desde el otro lado del Atlántico desembarcan en España,
por estas fechas, los grandes novelistas hispanoamericanos.
Los nuevos literatos
nacieron en el tiempo en que tanto los vínculos del lenguaje entre países, como
la deuda de nuestra narrativa con las letras de Hispanoamérica son
definitivamente innegables.
Con el hechizo de la
adolescencia los jóvenes autores de nuestro tiempo leyeron obras como “Cien años de soledad”, “Rayuela” o “La ciudad y los perros”. Lamentando que una vez que se es
adulto no es posible leer con idéntica embriaguez a la de la juventud, cayeron
en sus manos las obras de Carpentier,
quien quizá sea el más deleitoso de los prosistas de la historia de nuestra
lengua, de un enigmático mejicano llamado Rulfo,
de Ernesto Sábato, el maestro del
pesimismo, y de un uruguayo que, en otra vuelta de tuerca de las grandes
paradojas, nos mostró una forma muy hipnótica de concebir la literatura, a
pesar de su mirada estrábica, hablo de Juan
Carlos Onetti.
1.4-
Cuarto paso (y último): el cuento.
En este último apunte
cronológico debo referirme al relato corto, al cuento de autor, un
género que cobra fuerza en el siglo XIX y pujanza definitiva en el XX, y
que, de eludirlo, dejaría fuera de nuestra pequeña exploración a los autores
por los que siente mayor admiración quien les habla. Estos maestros llevan por
nombre Borges, Bioy Casares, Ribeyro,
Aldecoa, Monterroso, etcétera, etcétera.
Tanta es la importancia de
este género, que me atrevería a afirmar que en la historia de la literatura
universal, al igual que el siglo XIX quedará como el gran siglo de la novela (a
pesar de que la mejor novela de la historia no se escribiera en este período), el
siglo XX será estudiado como el gran siglo del cuento (a pesar de que Maupassant y Chejov pertenezcan a otra
época).
.
El motivo de este pequeño recorrido por el último siglo (recorrido que
reconozco escaso y parcial) es apuntar, un poco, al patrimonio de los
escritores actuales, o al menos a la parte más cercana de este patrimonio.
2- Los
nuevos literatos.
2.1-
No es infundada esta presentación. Personalmente
considero que la cercanía, que la
proximidad afectiva, en tanto que lector, guarda cierta relación con
la distancia temporal que nos separa del
manuscrito: resulta más fácil identificarse con el texto cuando su
redacción es menos lejana. Si bien, reconozco que éste no es mas que uno de los
muchos factores que entran en el juego de las afinidades, un factor al que se
le está extrayendo una peligrosa y sospechosa rentabilidad comercial en algunas
de las últimas publicaciones.
Reitero que éste no es más que uno de los
factores. Soy muy consciente de que los
grandes clásicos mantienen una perenne juventud, a la que añaden el calor de ser venerables. Estas
dos razones unidas, la proximidad
afectiva y el valor clásico, convierten a los autores del siglo XX, autores
como los arriba mencionados, en la
principal referencia de los nuevos literatos.
Quiero situarme ya, sin más
dilación, en la situación en que se encuentra la nueva literatura.
2.2-
Si el futuro
es indescifrable (lo cual bien puede ser una suerte), al pasado le sobran
exégetas e intérpretes. Voy a ensayar un malabarismo, y hablar del futuro
tomando como hipótesis la parte del pasado que acabamos de exponer.
En caso de que la teoría
antes desplegada de un segundo Siglo de
Oro sea cierta, los literatos que inician su carrera en nuestros días
quedarían, lamentablemente, fuera de un destino “glorioso” (y recomiendo
que se usen las comillas al pronunciar el adjetivo glorioso).
Podría decirse que son los
comensales que llegan a los postres, o la resaca de una borrachera de las
letras. Ambas frases son una conclusión fácil, y se prestan a ser pronunciadas
con un inmerecido desprecio.
2.2.1- Tarea:
Me atrevo a señalar aquí una
singular y embarazosa tarea que recaerá sobre los hombros de esta gente:
hay que destilar el siglo XX. Ellos son el primer tamiz de la literatura
del futuro. Si éstos han sido cien años de aportaciones, ahora comienza,
entonces, la época de las conclusiones. Por otro lado, éste ha sido, hasta
el momento, el gran siglo de la comunicación: nunca se había escrito tanto,
nunca se había difundido tanto la literatura. Es la hora de comenzar a separar
la paja y la barcia del grano.
2.2.2- Destino:
Pero iré más lejos. Si una de
las funciones de los nuevos literatos es iniciar la purificación de cien años,
su destino es más afilado y laberíntico. A ellos les corresponde contestar
a la pregunta que todos nos hacemos una docena de veces cada día: “Y
ahora, ¿qué?”
2.3-
(Hago aquí un pequeño paréntesis para pedir permiso
para hacer uso, a partir de este momento, de la expresión “literatos de
principios de siglo”, a fin de mostrarme como quien da una bienvenida, y no
apuntar a la consumación de este siglo, al final del tiempo presente, como he
hecho hasta ahora, lo cual parece significar no ya la muerte, sino algo todavía
peor: la incertidumbre.)
Trabas:
Retomo la continuidad del
discurso en el punto en que se trata de las trabas con que se topan los literatos de principios de siglo, tanto
en el momento de cumplir con su tarea como a la hora de llevar a cabo su
destino. Apuntaré dos obstáculos: las ideas y el lenguaje.
2.3.1- Las ideas:
Al principio de mi exposición
mencioné la libertad narrativa representada en el espacio que abarcan dos
concepciones casi opuestas de la literatura, la de Baroja y la de Valle-Inclán.
Efectivamente, considero que existe tal libertad, pero también considero que
ésta es meramente narrativa. Entre géneros como la novela de situación y la
fábula, por ejemplo, hay espacio suficiente para miles de conflictos.
Si de alguna manera los
nuevos literatos se encuentran atados, el fenómeno no se debe a las reglas de
creación y expresión de un relato, sino a la imposición de opiniones oficiales,
a la imposición del pensamiento único y la moral al estilo Disney, que han
colonizado las mentes y rigen las normas de la censura: desde la censura que
ejerce el propio autor sobre su obra, hasta la que se impone en muchos, por no
decir todos, los estados de todo el orbe. Éste es un problema ya clásico, en apariencia de cuestionable demostración,
y, por supuesto, de complicada resolución.
2.3.2- El lenguaje:
En cuanto al lenguaje, se
puede decir que esta segunda traba roza, hoy por hoy, lo grotesco.
Por si no tuviéramos poco
con el eufemismo, desde lo
más alto de la “fórmula de relación oficial”, nos ha llegado el lenguaje políticamente correcto,
una caricatura de la higiene que mueve a risa porque no puede dar más pena.
Pero
el problema no es el lenguaje
políticamente correcto en sí, el problema es la universal operación de
limpieza que ha llevado hasta esta conclusión. Hoy todos los oídos están
atentos no ya a lo que dices, sino al modo en que lo dices. “Tienes que ser aseado en la expresión:
toda tu estética tiene que ser aseada”, tal parece el mensaje; y
esto, me temo, puede acabar por convertirse en una herramienta más de
amonestación.
Para
nuestra desgracia, las normas de este carácter han provocado la muerte de la
espontaneidad; (y aclaro aquí que por espontaneidad
entiendo algo tan meritorio como por ejemplo el arte infantil; yo también creo
que apuñalar por la espalda al vecino cuando hemos descubierto que es su perro
el animal que ensucia nuestro felpudo no es espontaneidad,
sino un arrebato.)
Sea como sea, el siglo XXI empezará
con una pulcritud que provoca espanto.
3-
Lo nuevo contra lo novedoso.
Estando próximo el final de
esta intervención, quiero aclarar el porqué de una precisión que diferencie Nueva Literatura de Nuevos Literatos.
3.1- En primer lugar
necesitaríamos un aguzado escalpelo, y una paciencia de amanuense, para separar
entre todo lo que se publica aquello que es literatura,
de aquello que es mera escritura.
Si es que poseemos “ya” los
criterios adecuados para tal labor. Y ése es el motivo por el que yo elegí
no mencionar tanto las palabras Nueva
Literatura, y sí aludir a Los
Nuevos Literatos. Considero que desde el presente es más sencillo
diferenciar a los nuevos literatos de entre la pléyade de escritores de
principios de siglo, que son muchos, que definir qué es la nueva literatura.
Si todo el que lee es
lector, todo el que escribe es escritor; pero no todo el que escribe hace
literatura.
3.2- Creo que un requisito
imprescindible para considerar a una obra como literatura, es,
precisamente, que sea algo nuevo, lo cual quiere decir que aporte algo a la
órbita literaria.
Tendríamos que analizar, con delicadeza, si aquello que se está
escribiendo en la actualidad es verdaderamente nuevo, o sencillamente novedoso.
Que sea simplemente novedoso supone
que si en algo se distingue de lo que se ha hecho con anterioridad es
únicamente en que aparece así compuesto por vez primera. La demostración de que
algo es novedoso es su carácter efímero: por lo general se trata de
productos narcisistas que pueden resultar rentables únicamente a corto plazo.
Pero concretar este examen es una cuestión
complicada de afrontar desde el presente.
Pondré ahora un ejemplo histórico que me
ayude a definir qué es lo que considero que los nuevos autores pueden aportar a
la órbita literaria.
Antes de suicidarse Kafka entregó sus manuscritos inéditos a un amigo, con la orden de
destruirlos una vez él hubiera fallecido. El amigo en cuestión, en un alarde de
infidelidad hoy muy celebrado, en lugar de quemar tanto papel consiguió que
dichas obras fueran publicadas. Imagino que Kafka habría estado de acuerdo con una decisión así, pues si en
verdad quería que nadie leyera su trabajo, ¿por qué no destruirlo él
personalmente antes de morir?
Parece evidente que mientras Kafka estaba vivo, casi nadie creyó que
estuviera inventando otra forma de hacer literatura. La pregunta, ahora
imposible de responder, es: ¿creía el propio Kafka que estaba aportando algo inédito a la historia del arte
mientras escribía?
Hoy todos sabemos que Kafka sí aportó algo absolutamente nuevo a la literatura mundial.
Pero hoy han pasado varias décadas desde que el escritor checo escribiera “El proceso” o “La metamorfosis”.
Ahora bien, si Kafka consideró que sus escritos carecían de valor literario, lo
cual es tanto como decir que no aportaban algo nuevo a la literatura, ¿por qué
no se deshizo de ellos? ¿Creen ustedes que un hombre capaz de quitarse la vida
no tiene valor para quitar de en medio unos cuantos papeles antes de morir?
Les diré cual es mi conclusión: cuando Kafka entregó sus escritos sabía que
había inventado algo nuevo, algo que no se atrevía a eliminar, algo que merecía
pervivir; él podía morir como persona, pero tenía muy claro que debía
sobrevivir como escritor. Kafka
entregó sus escritos consciente de que para la literatura mundial acababa de
descubrir algo grande, algo más grande que un movimiento literario, que
invenciones formales, estructurales o temáticas: Kafka acababa de crear a Kafka.
Al escribir nos inventamos a nosotros
mismos. Ya no se trata de obsesionarse
por innovar, ni de sentirse presionado por vocablos como literatura, cultura o
intelecto, con el peligro de amaneramiento que ello conlleva.
Cuando un periodista preguntó a Juan Rulfo cómo había ideado su
revolucionario “Pedro Páramo”, el
maestro mexicano contestó escuetamente: “un día me apeteció leer esa novela; la
busqué en la biblioteca, y como no la
encontré, la escribí”.
Tal vez éste sea el único camino que todavía
podamos seguir.
Tras un siglo en el que casi hemos gastado el
diccionario de prefijos en la palabra vanguardia,
sólo queda intentar hacer una obra personal y que nos satisfaga: crearnos a
nosotros mismos, y confiar en que tal hallazgo, al igual que el de Kafka o el de Rulfo, merezca la pena.
Muchas gracias.
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