El viejo barco
Zhang
Wei
Traducción
de Elisabet Pallarés Cardona
Kailas
Madrid,
2019
493
páginas
La
novela histórica se define porque los actos reales, los que figuran en los
libros de texto, afectan a la acción. Los personajes son y se manifiestan con vínculos
estrechísimos a esos actos, a la revolución, a la guerra fría, a las tiranías,
a las bombas. Todo pasa por un tamiz que condiciona la ficción: el carácter de
los personajes y su evolución, sus cambios, el conflicto que se relaciona con
las almas individuales y, como consecuencia, la relaciones que se establecen
entre los personajes y que dan lugar a eso que se llama trama. En este caso, una
trama que convive con la ya divulgada, la que nos enseñan en las academias y la
que, en teoría, ha formado en parte el mundo contemporáneo. En ese sentido, La reina Margot tal vez sea el ejemplo
más patente de las cualidades que tiene que tener una novela histórica. Notre Dame de París, por su parte, es
una novela con ambientación histórica, pero pertenece a un género diferente.
La
confusión surge de las referencias a que sometemos al tiempo. Una novela
histórica puede suceder en un pasado inmediato, en tanto que una novela de
aventuras es atemporal, pero requiere, eso sí, un decorado. Y no conviene
confundir el decorado con el género.
La
reflexión viene a cuento a la hora de catalogar este El viejo barco, una obra que apunta al género histórico, pero que
lo maneja de una forma extraña, como aislándolo y manteniendo con él una conversación
en paralelo. El resultado es una obra que se extiende a lo largo de décadas, en
la que vemos, como a través de las cortinas, los paisajes que la historia
reciente de China a entintado a fuego en la piel de ese enorme país. Sí, pero
se trata de una obra coral, muy coral, tanto que uno echa de menos un glosario
de personajes al final, un apéndice que haría la lectura, que es sencilla, más
engorrosa, pero nos ayudaría a no perdernos entre tantos nombres que nos son complejos.
Zhang
Wei (China, 1955) idea una ciudad con los retazos más significativos de las que
nos explican China. Idea una serie de familias que representan distintos
estratos sociales. Pues, aunque estemos en la China de Mao, en la de la Revolución
Cultural, nos sumergimos en una sociedad que conserva un sistema de castas, una
sociedad en la que está presente la lucha de clases, por mucho que se trate de
esconder, de negar, de camuflar. Mientras al otro lado de los ejidos de la
ciudad suceden los hechos históricos, entre las calles y dentro de las casas,
los ciudadanos son casi impermeables, se ven afectados porque no les queda más
remedio, pero sus centros de interés tienen mucho más que ver con la condición
humana que con las balas y los gobiernos. La historia que Wei describe, en un libro
necesariamente enunciativo, explicativo, es la historia de la humanidad, no la
historia de la historia. En ese sentido, y a pesar de las casi quinientas
páginas, acierta al relacionar su narración más con el teatro que con la novela
pura. Esa experiencia ya la habíamos conocido a través de obras como La montaña mágica. El viejo barco, eso
sí, nos resulta más extraño por estar colmado de referencias a la cultura popular
china. Y por la misma razón, los personajes nos resultan más atractivos que los
que pueblan la obra de Thomas Mann.
No hay comentarios:
Publicar un comentario