Cuba. Viaje al fin de la revolución
Patricio
Fernández
Debate
Barcelona,
2019
411
páginas
El
fundamento por el que alguien quiere escribir sobre el final de un sueño puede
ser de índole rancia, codiciosa, nostálgica, cómica o, sencillamente, por ira o
por amor. Esos dos impulsos empujan al escritor chileno Patricio Fernández a
trabar este libro sobre lo que ha supuesto la revolución cubana para sus
habitantes y el sueño de la revolución cubana para el resto del planeta. Pero,
debemos advertir, de esos dos impulsos solo uno llega al texto, solo uno llega
al lector, y este tiene que ver con el cariño. Se trata de un libro puro, en el
que no hay más intenciones que las de reflejar la verdad de los amigos y la
verdad de las ilusiones. Se trata de un libro que no habla de política en el sentido
en que creemos que la política es algo que atañe a estados, que tiene que ver
con gobiernos, con fórmulas económicas y decisiones en las que una abstracción,
la que designa que hay un grupo de gente capacitada para decidir por todos,
simplifica nuestras existencias y da forma a nuestras aberraciones, y nos
ofrece un santo lugar en el que colgar la culpa de todo.
Pero
de estas crónicas, escritas con un pulso que no permite levantar la mirada del
texto, traslucen un principio que nos atreveríamos a calificar como anarquista,
o como fundamentalmente anarquista: su autor tiene mucha fe en las personas,
pero ninguna en los estados. Con muchos recursos estilísticos, crea imágenes en
las que vemos tanto a la gente, con rostros individuales, con personalidad
propia, como a los espacios poblados. Y toma partido por ellos. Fernández elude
el debate sobre las consecuencias de la obra de Fidel, pues no deja de
encontrar gente que le ha amado hasta las cachas. Y el que no evita es el de
las consecuencias del embargo, aunque lo hace de forma discreta, sin atacar, de
modo que ese parecer dictando que a la revolución no se la permitió ser, queda
elíptico, pero queda patente.
En
realidad, el autor se centra en lo que conoce, y uno conoce a la gente con
quien vive; y aun así, para llegar hasta el fondo de sus almas por momentos
tiene que interrogar, y lo hace disculpándose. Mientras acepta las costumbres
de vivir en Cuba, se prodiga por un país que va adorando cada vez más, y da
cuenta del pasado, del presente y de los cambios que supone la muerte de Fidel.
Nos habla de un crepúsculo, sí, pero si hay un crepúsculo quiere decir que
antes lució la luz del día. Puede que no con mucha intensidad, pero no hay
mayor intensidad de luz en ningún sitio de la que baña el desierto. Y la Cuba
que vamos conociendo, de primera mano, puede tener muchos defectos, aunque
Fernández los menciona, más bien, como problemas, pero nada hay más alejado del
desierto que este país. El calor de las gentes, los colores de la imaginación,
el ámbito de expresión del deseo, la pervivencia de las ilusiones, todo ello
permite que sea un país transparente y colorido, a pesar de la mala conciencia
que tenemos respecto al régimen, una conciencia que nos han impuesto los medios
de comunicación.
Pero
Fernández no justifica al régimen cubano, ni le culpa. Se pega a la piel de los
cubanos, porque se trata de uno de los pocos pueblos que ha eliminado el aura
que nos protege de los demás, de personas que nos permiten acercarnos hasta el
interior de su alma y de su sexo. Se trata de un pueblo que se desnuda, que ha
eliminado los falsos pudores, también los que no permiten opinar para evitar
pisarle el callo hasta a los desconocidos. Son los habitantes de una iglesia
donde la fe ha muerto. Pero algo tiene que venir a sustituir a la fe, algo que
también podamos adorar con cariño, con las llagas abiertas. Y, mientras tanto, quienes
no podemos viajar hasta allí, y mucho menos llevar ya años viviendo en el país,
como hace Fernández, podemos ver su reflejo en este libro sobre una revolución
que ha muerto, pero que no se deciden a enterrar del todo. Porque se trata de
uno de los proyectos sociales más inclasificables de la historia humana, del
que queda lo bueno, lo malo y, por encima de todo, lo humano. Si tuviéramos que
elegir un adjetivo para calificar este libro, sincero es el que más se pega al
resultado. Solo por eso merece mucho la pena leerlo. La sinceridad es un valor
escasísimo.
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