miércoles, 10 de julio de 2019

CUBA. VIAJE AL FIN DE LA REVOLUCIÓN


Cuba. Viaje al fin de la revolución
Patricio Fernández
Debate
Barcelona, 2019
411 páginas

El fundamento por el que alguien quiere escribir sobre el final de un sueño puede ser de índole rancia, codiciosa, nostálgica, cómica o, sencillamente, por ira o por amor. Esos dos impulsos empujan al escritor chileno Patricio Fernández a trabar este libro sobre lo que ha supuesto la revolución cubana para sus habitantes y el sueño de la revolución cubana para el resto del planeta. Pero, debemos advertir, de esos dos impulsos solo uno llega al texto, solo uno llega al lector, y este tiene que ver con el cariño. Se trata de un libro puro, en el que no hay más intenciones que las de reflejar la verdad de los amigos y la verdad de las ilusiones. Se trata de un libro que no habla de política en el sentido en que creemos que la política es algo que atañe a estados, que tiene que ver con gobiernos, con fórmulas económicas y decisiones en las que una abstracción, la que designa que hay un grupo de gente capacitada para decidir por todos, simplifica nuestras existencias y da forma a nuestras aberraciones, y nos ofrece un santo lugar en el que colgar la culpa de todo.
Pero de estas crónicas, escritas con un pulso que no permite levantar la mirada del texto, traslucen un principio que nos atreveríamos a calificar como anarquista, o como fundamentalmente anarquista: su autor tiene mucha fe en las personas, pero ninguna en los estados. Con muchos recursos estilísticos, crea imágenes en las que vemos tanto a la gente, con rostros individuales, con personalidad propia, como a los espacios poblados. Y toma partido por ellos. Fernández elude el debate sobre las consecuencias de la obra de Fidel, pues no deja de encontrar gente que le ha amado hasta las cachas. Y el que no evita es el de las consecuencias del embargo, aunque lo hace de forma discreta, sin atacar, de modo que ese parecer dictando que a la revolución no se la permitió ser, queda elíptico, pero queda patente.
En realidad, el autor se centra en lo que conoce, y uno conoce a la gente con quien vive; y aun así, para llegar hasta el fondo de sus almas por momentos tiene que interrogar, y lo hace disculpándose. Mientras acepta las costumbres de vivir en Cuba, se prodiga por un país que va adorando cada vez más, y da cuenta del pasado, del presente y de los cambios que supone la muerte de Fidel. Nos habla de un crepúsculo, sí, pero si hay un crepúsculo quiere decir que antes lució la luz del día. Puede que no con mucha intensidad, pero no hay mayor intensidad de luz en ningún sitio de la que baña el desierto. Y la Cuba que vamos conociendo, de primera mano, puede tener muchos defectos, aunque Fernández los menciona, más bien, como problemas, pero nada hay más alejado del desierto que este país. El calor de las gentes, los colores de la imaginación, el ámbito de expresión del deseo, la pervivencia de las ilusiones, todo ello permite que sea un país transparente y colorido, a pesar de la mala conciencia que tenemos respecto al régimen, una conciencia que nos han impuesto los medios de comunicación.
Pero Fernández no justifica al régimen cubano, ni le culpa. Se pega a la piel de los cubanos, porque se trata de uno de los pocos pueblos que ha eliminado el aura que nos protege de los demás, de personas que nos permiten acercarnos hasta el interior de su alma y de su sexo. Se trata de un pueblo que se desnuda, que ha eliminado los falsos pudores, también los que no permiten opinar para evitar pisarle el callo hasta a los desconocidos. Son los habitantes de una iglesia donde la fe ha muerto. Pero algo tiene que venir a sustituir a la fe, algo que también podamos adorar con cariño, con las llagas abiertas. Y, mientras tanto, quienes no podemos viajar hasta allí, y mucho menos llevar ya años viviendo en el país, como hace Fernández, podemos ver su reflejo en este libro sobre una revolución que ha muerto, pero que no se deciden a enterrar del todo. Porque se trata de uno de los proyectos sociales más inclasificables de la historia humana, del que queda lo bueno, lo malo y, por encima de todo, lo humano. Si tuviéramos que elegir un adjetivo para calificar este libro, sincero es el que más se pega al resultado. Solo por eso merece mucho la pena leerlo. La sinceridad es un valor escasísimo.

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