Enero
Sara
Gallardo
Malas
Tierras
Madrid,
2019
107
páginas
A
veces se comenta que no hay una soledad que dañe más que la soledad rodeada de
cuerpos. La multitud aísla y genera buena parte de los males que se definen en
los manuales psiquiatras. Y, sin embargo, existe otra soledad, la que viene
impuesta por la condición física de la falta de afecto. Las personas a las que
no se las ha abrazado bastante de niños, tienen más posibilidades de
desarrollar cargas como el trastorno de estrés postraumático. Esa es la situación
de la que se parte en esta novela, Enero,
de Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988): Nefer, la protagonista, es una adolescente
que conocemos en apenas unos momentos, los que se reflejan en cien páginas, y
que hacen referencia a la transición obligada.
Nefer
pertenece a un mundo rural sin luz. El ambiente al que nos lleva Gallardo, y
esta es una novela en la que el ambiente se impone, es sórdido, ingrato. La
hostilidad aumenta a medida que la protagonista comprueba cómo se cierra el
mundo, dándole la espalda, cuando más necesitaría que la puesta en escena de la
farsa que es la vida al menos la apoyara en parte. Pero todos los personajes
del teatro son espectros egoístas, cobardes sin rubor, y la soledad de una
chica que carece de voz, se nos impone. No da la sensación de que Gallardo nos
vaya a dejar un resquicio para el consuelo. Ni siquiera que sea consciente de
que el drama puede tener un fin, sea del calado que sea. La novela se atiene al
paréntesis en el que Nefer debe afrontar el cambio que supone el embarazo, y la
continuidad que supone la miseria.
Gallardo
escribe con una sencillez que se puede hacer compleja: no existe una palabra
barata en el texto. La novela reniega de la calderilla, pero se atiene a unas
pautas que no hacen del texto un relato complicado de seguir. Aunque en
ocasiones, cuando la luz o la ausencia de luz se impone, se siente la tentación
de pensar que no existe relato, que existe situación, sí, que existe conflicto
y que existiría trama de haber decidido que la novela fuera más extensa. Pero
de incrementar el número de páginas, la obra sobrepasaría los límites de una
sensibilidad puesta al día. La novela aturde, pero no asfixia.
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