Dónde vivir
Carole
Zalberg
Traducción
de Antonio Roales Ruiz
Armaenia
Madrid,
2019
135
páginas
William
Faulkner llevó al extremo el relato a varias voces en Mientras agonizo: voces sucesivas que se complementan, que se
superponen, incluso, que se corrigen y que dan pie a una impresión coral
trabada, pero con intenciones clarísimas, pues la vida no es un relato cerrado,
sin una sucesión de momentos que parecen no tener sentido. Y, sin embargo,
somos capaces de seguirlo, de reconocerlo y de reconocernos en las voces que
suman. Como también sucede en Último
tragos, de Graham Swift. Pero tanto Faulkner como Swift se remiten a un
periodo de tiempo corto, muy intenso, pero un paréntesis que tiene que ver con
la muerte y el entierro. Carole Zalberg (1964) recoge la estrategia de voces
sucesivas, pero la aplica a casi un siglo de existencia de un grupo de gente y,
a mayores, integra la historia contemporánea de un pueblo, el israelí, con
luces y sombras, con contradicciones y miedos.
La
sensación que se imprime en cada capítulo es que el narrador se dirige al
lector en un tono epistolar, sí, pero con toda la sinceridad por delante, como
en un flujo de conciencia. El ejercicio literario, queda patente ya con lo
expuesto, es de riesgo en el formato y la morfología. También en el tema, pues
nos habla de la resiliencia del individuo y de la resiliencia de la tribu, dos
tipos de supervivencia que no siempre coinciden, especialmente cuando hay
causas de justicia de por medio.
“¿Pero
cómo vamos a ser superficiales si todos nosotros procedemos de linajes
diezmados? ¿Cuándo avanzamos con la casi vergonzosa conciencia de nuestra precariedad,
mientras quieren que seamos invencibles, nunca más víctimas?”
Los
personajes van evolucionando al tiempo que gira la historia del país: y con
ellos evoluciona el concepto de tierra, de país, de nación y de patria. Aunque,
tristemente, el concepto real, el que condiciona toda la cronología y la
filología de la historia, incluida la historia de los personajes, es el de
estado. Se va olvidando de lo humano y lo tribal para imponerse una idea
frívola que sustituye a la de pueblo. Y los personajes, enamorados del kibutz y
sufriente en la guerra, van perdiendo su cariño por el camino. Aunque se
agarran a los clavos ardiendo, a los vínculos sociales y afectivos, ligados a la
propia supervivencia, también a la supervivencia de una cultura que alguna de
las voces se cuestiona: no debería sobrevivir una cultura a costa de vidas.
Zalberg ha sido valiente en el planteamiento y las intenciones. Ahora solo queda
confiar en que ese valor sea una semilla que prospere.
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