El espíritu de Roma
Vernon
Lee
Traducción
de Amparo Serrano de Haro
La
línea del horizonte
Madrid,
2019
165
páginas
Todo
va cambiando. Algunas cosas ya están muertas. Otras quisimos verlas como vivas
en su momento, pero nunca lo estuvieron. Releer las anotaciones, como mirar las
fotografías, supone una intención de querer regresar, una intención de estar de
vuelta, un anhelo de vivir en el pasado. Seguramente, un consuelo, pues invitamos
a los benditos sentimientos a retornar. Y, sin embargo, vemos sombras y las
sombras pertenecen a un mundo artístico gótico, romántico y, en el caso de
Vernon Lee (Boulogne Sur Mer, Francia, 1856 – San Gervasio Bresciano, Italia,
1935), prerrafaelita: “Nuestro ideal sería preservar en el futuro las cosas
hermosas, ciertas flores de la tradición y el privilegio del pasado. Es un
engaño. Sería como esperar mantener las hojas viejas en los árboles hasta el
próximo verano. Pero después de que las hojas marchitas hayan caído y los
árboles hayan quedado al descubierto, vendrán otras nuevas, no iguales, pero
similares”.
Lee
entiende Roma como una ciudad orgánica, un ser vivo, en movimiento, en
transformación, con tantas estaciones como visitas hace a los parajes. Y nos
los describe con un espíritu impresionista: asistimos a cómo le afectan las
acuarelas, las pinceladas, los colores. No nos sumergimos con ella, pues la
sensación que da es la de ir revelando con frescura, la de no intentar ser un
intruso. Y para ello parece que no cabe otra opción que la de ser un voyeur:
observar, ver, mirar. Así, la suma de cuadros se transforma en una enumeración,
en una descripción por enumeración de un mundo perdido e inacabable. Tantas
veces como Lee fuera a Roma, encontraría un nuevo dato que transformaría el espíritu
de la ciudad. Como ella afirma, con poesía, los poetas construyen ciudades. Y
lo hacen desde la escala humana en la que habitan: no hay planos a vista de
pájaro, no hay otras dimensiones temporales que no sean las del presente: “Es
una retórica espléndida de boca ancha; con significado, ciertamente, pero sin
restricción a un mero significado”.
El
volumen da una impresión de fragmentación, pero nos encontramos frente a una
ciudad fragmentada, una ciudad sin consistencia de cuerpo único. Y Lee elige las
emociones que tienen que ver con la soledad y la belleza, elige la reflexión y
cierta tristeza sin depresión ni lugares comunes, “eligiendo finalmente situarse
en una equidistante tierra de nadie que es, quizás, el único lugar en el que
las personas extraordinarias pueden ser realmente fieles a sí mismas”, nos indica
Amparo Serrano de Haro en el prólogo. También acierta a señalar cuál es la
argamasa que da consistencia a estos apuntes: “El tema del eterno retorno, el
triste e incierto fantasma de la inmortalidad, es, por cierto, uno de los motivos
recurrentes”. Y para nosotros el de descubrir Roma y el de redescubrir el
retorno. Todo un ejercicio de y contra la nostalgia.
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