lunes, 5 de marzo de 2018

TRIBU


Tribu
Sobre vuelta a casa y pertenencia
Sebastian Junger
Traducción de María Eugenia Frutos
Capitán Swing
Madrid, 2017
125 páginas

Cuando Sigmund Freud sentó a sus primeros pacientes en el diván vienés, su intención no fue la de sacar a la luz, como dicen los tópicos, los traumas sexuales ni caníbales. No era curarse devorando al padre, en sentido psicosomático, ni en liquidar el síndrome edípico. No. Freud atendió a la demanda de un nuevo tipo de enfermedades, que son las enfermedades burguesas, las enfermedades propias de la clase media alta que habita en las ciudades. Pero, ¿qué es una ciudad? ¿En qué consiste el invento de Caín? Bertrand Russell fue quien mejor definió en qué momento una aglomeración humana deja de ser natural para pasar a ser un tanto infame: si uno no es capaz de aprenderse los nombres de cada individuo con el que comparte espacio, que él calculaba alrededor de dos mil, ya se produce el fenómeno ciudad, con sus neurosis burguesas. Ya habrá más gente necesitada de consumir pastillas para dormir o se incrementará el índice de suicidio.
Ninguna de estas dos ideas se enuncia en este breve ensayo de Sebastian Junger (Belmont, Massachusets, 1962). Conocido por sus crónicas de guerra y por el libro La tormenta perfecta, Junger atiende ahora a ese momento en que nos diferenciamos de los animales, y durante un breve lapso somos personas, hasta caer en el exceso de humanidad que es, paradójicamente, la soledad rodeado de otros cuerpos humanos. Hay un momento en que los afectos y lo que él llama el sentido de tribu sana, como debe sanar el animal más afectado por la inteligencia, y otro en el que los afectos se consideran primitivos y la sociedad enferma. Ese paréntesis es lo que él llama tribu. En buena medida, este ensayo viene a reforzar el reclamo de vuelta a la naturaleza y al comercio de proximidad, al sentido de ser naturaleza. Sí, pero no se queda ahí. Junger interroga sobre la superioridad de la civilización occidental, que es la que se ha impuesto. Y maldice la pérdida de vínculos socioafectivos con los otros humanos y con el entorno. Para ello se vale, en buena medida, de la historia de la colonización de Estados Unidos. Narra los fenómenos de colonos que una vez conocieron la vida de los indios americanos, apuestan por integrarse en ella, aunque sea imitando su atuendo y sus métodos de caza. Porque en esa forma de vida hay algo magnético que, a falta de otro término, llamaremos amor.
En la tribu se coopera, en la sociedad formada por grandes urbes y estados, se compite. En occidente se producen las grandes desigualdades económicas dentro de un mismo espacio, compartiendo callejones. Entre las tribus no existe el fraude ni la cobardía. El concepto de derecho humano es innato en la tribu, en las sociedades avanzadas se ha de recurrir a las leyes. Los ejemplos a los que recurre, sus experiencias de primera mano, hablan de los momentos en que el grupo se ve obligado a reducirse nuevamente a la tribu, con todos sus valores. El sitio de la ciudad de Sarajevo o el desastre del huracán Katrina impulsaron eso que llamaríamos hombría, pero que resulta ser más frecuente entre las mujeres y los niños, entre quienes no están en el frente de batalla. Durante esas temporadas, señala Junger, no existía la necesidad de un diván vienés. Lo que no apunta Junger es que las enfermedades burguesas son un lujo que no se podían permitir. Lo que prioriza es la supervivencia. Pero es en la supervivencia donde la gente no se arranca los ojos por un pedazo de pan. En esos trozos de vida, el grupo humano se tribaliza, se configura una comunidad de víctimas donde el cooperativismo surge de forma natural.
Tribu es la vuelta a la naturaleza, sí. Pero para reconocer qué es tribu y qué es la barbarie inventada por el hombre, con exponentes como la demencial Manhattan, el termómetro se llama el bien común. Mientras que un trastorno de estrés postraumático es el emblema de quienes pretenden reingresar a la sociedad después de una experiencia salvaje, en la tribu la compañía, la amistad son bálsamo para el sufriente. Ante la adversidad uno depende de su gente, y su gente le responde. Las neurosis se sanan de forma natural. Nada de diván vienés cuando uno puede poner el foco en lo que nos une.


Fuente: Culturamas

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