Los años de la niebla
Los
últimos pastores
Alejandro
López Andrada
Almuzara
Córdoba,
2018
200
páginas
Citamos,
en extenso:
“Sigue
hablando Josefa aún de su niñez y de lo feliz que fue junto a sus abuelos, y,
mientras lo hace, un aire añil entra en mi alma levantando una íntima bóveda de
imágenes bajo las que me guarezco unos segundos. Un drío subterráneo va escalando
por mis venas. De repente, me aíslo de la conversación y centro mi vista de
nuevo en el fulgor del campanario hercúleo de Pedroche donde aún, a esta hora,
crotoran las cigüeñas rodeadas de oscuras palomas y estorninos que giran en
torno a la torre como espectros”.
Esta
es, seguramente, la forma en que el lector de la reseña se puede hacer a la
idea del tipo de libro con el que se va a encontrar. Las intenciones del autor
no pueden ser más bondadosas: rescatar del olvido la bondad de los buenos
pastores buenos. De las familias y de las tribus, de las amistades y de los
vínculos con la naturaleza, con lo natural, con esa otra forma de sentir pasar
el tiempo. Para Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) la
dignidad y la melancolía son una misma cosa, al menos en lo que atañe a los
casi extintos pastores. Sus encuentros son siempre con ancianos que echan de
menos otra época, más pura, dicen. La mirada es conservadora. Pero las miradas
conservadoras son, hoy en día, las progresistas: resistir frente al avance del
asfalto, frente a las fumigaciones, frente al mundo digital, es un acto de
valor. Los protagonistas de este libro ya no tienen fuerzas para participar de
él.
Sus
voces las reproduce el autor con literalidad: donde se habla mal, se escribe si
corregir. Se trata de reproducir, así, el acento y la humildad. No haber
aprendido a expresarse, ser hombre de campo, confiere humildad, como valor,
solo por el hecho de querer a su viejo mundo. Al mismo tiempo, recupera
palabras olvidadas en las acotaciones. Por lo general, el pastor, o las
familias de los pastores hablan, y él acota. Lo hace con parsimonia, para
describir, como se describe en el párrafo de entrada, la forma de ver del
autor.
El
mayor problema de este libro es la pretensión de ser lírico. Al menos de ser
lírico crepuscular en el sentido en que lo era, digamos, Millet en sus pinturas
de la vida campesina. Pero el tema del que trata es épico. La vida nómada, por
las cañadas, de los pastores, la resistencia frente a un mundo que agoniza, se
merece una fuerza de otro tono. Sus historias no son melancolía, son lucha. Se
trata de los sufrientes, cuyo dolor aumenta en tiempos incómodos, tanto como
para no reconocerse en el lenguaje con que se expresan. El proyecto debe
continuar. Pero no con el alma añil, sino con brío. Al menos esa es la
impresión que tenemos, una sugerencia de orgullo de lector.
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