Tres cartas desde los Andes
Patrick
Leigh Fermor
Traducción
de Dolores Payás
Elba
Barcelona,
2013
175
páginas
En
una de las respuestas más populares que se han divulgado a la pregunta clásica
que se prodiga a los escritores, ¿por qué escribes?, Gabriel García Máquez contestó: “Para que me quieran más mis
amigos”. Lo más curioso de la minúscula encuesta no es el ingenio de la
respuesta, sino el camino divergente que separa a la pregunta tópica del
propósito de la réplica. Cuando a García Márquez se le pide un “porqué”,
responde un “para qué”. Ante el requerimiento de una razón se sostiene el
argumento de un objetivo. El periodista le pide que desnude su corazón, y el
entrevistado arguye un empeño.
Si
imaginamos a Patrick Leigh Fermor (Londres,
1915 – Worcestershire, 2011) sometido a este clásico interrogatorio, a la
pregunta de por qué escribe cabría añadir el otro lugar común de las dudas: Por
qué viajas. O tal vez deberíamos darle el giro oportuno a la cuestión y
comenzar a preguntar, de una vez por todas, la cuestión que nos plantea dudas,
que no es otra que la que respondió García Márquez: ¿Para qué escribes?, ¿para qué viajas? No se trata tanto de
examinar y resolver los interruptores encendidos y apagados que caracterizan
nuestros genes, como de identificarnos con los propósitos de los demás en esto
que llamamos vida. Una buena parte del debate la cerró Antonio Lobo Antunes cuando se le ocurrió soltar aquello de que
“nadie pregunta a un manzano por qué da manzanas”. Así pues, sólo nos queda
buscar las empresas y voluntades de alguien como Leigh Fermor en sus escritos.
Y
en estas Tres cartas desde los Andes,
topamos con una frase que, sin cargar con la rémora directa de la cuestión,
responde a todas las dudas: “Tengo la impresión de haber estado respirando el
aire de Cuzco –esta tienda de oxígeno que los quechuas denominan cielo- durante
toda mi vida”. Ahí está todo lo que necesitamos: el descubrimiento con asombro,
el reconocimiento con armonía, la convivencia con el extraño, el ensayo del
sentido de la existencia, el aire en los pulmones, la luz, la metáfora poética…
Las razones para escribir, las razones para viajar. El alma de Leigh Fermor,
que sigue siendo el alma del escritor exquisito que nos entregó El tiempo de los regalos, uno de los
libros que nos proporcionó un puñado de horas de sosiego.
Con
su sabido espíritu curioso, lírico, erudito, con su entusiasmo caracterizado por un concepto de la felicidad muy
apolíneo, un Leigh Fermor de sesenta años se embarca en su primera experiencia
alpina. Acompañado por varios montañeros experimentados, se dirige a los Andes
peruanos y camina con ellos hasta las faldas de las cuestas donde la exigencia
atlética y la falta de preparación técnica le detienen. Durante el recorrido,
escribe un diario en forma de cartas a su mujer, que divide en tres bloques.
Del primero sacamos la conclusión de que Leigh Fermor no era un individuo tan
solitario como nos hizo creer en sus clásicos libros de viajes. Leigh Fermor amaba la amistad más que nada
en el mundo. En la segunda carta se muestra como un dichoso observador de
la naturaleza. Y en la tercera como un extraordinario narrador de anécdotas de
viaje, en las que inevitablemente se involucra la gente que le sale al camino.
Tres cartas desde los Andes no pretende
convertirse en un gran clásico de la literatura, ni de los viajes. No está
diseñado para demostrar la solidez de las razones que llevan a Leigh Fermor a
escribir y a viajar. Y, sin embargo, consiguen explicarnos mejor que sus otros
libros qué es lo que le lleva a escribir, qué es lo que le lleva a viajar.
Posiblemente gracias a su sencillez, a su espontaneidad. La falta de artificios
hacen de este volumen un relato muy sincero.
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