Posibilidades
David
Graeber
Traducción
de Damián Queirolo
Bellaterra
Manresa,
2025
506
páginas
Hoy
el pensamiento débil es el que parece imponerse, sobre todo gracias a las
armas. Cualquier conferenciante con algo de presencia en medios requiere que a
la puerta del aula magna le custodie un guardaespaldas. Por eso es más
necesario que nunca buscar tesoros de buen pensamiento entre los libros, como
es el caso de estas Posibilidades, que reúne varias piezas escritas por
antropólogo David Graeber (1961 – 2020), a las que ingenuamente podrían
catalogarse de resistentes, cuando se trata, por encima de todos de sensatas.
Su estilo es tan claro que las ideas dan la sensación de haber estado siempre
en nuestra cabeza, formar parte de la sabiduría común. La paradoja es afrontar,
a continuación y de nuevo, la realidad, para darnos cuenta de la estupidez que
suponen eso pensamientos que se imponen, los que adoctrinan tras tipos con la
pistola en la sobaquera.
El
eje sobre el que se vertebra el libro es la naturaleza de la jerarquía y sus
límites, que hasta ahora hemos asumido como rasgos inmutables en la condición
del orden humano. Graeber no deja de recordarnos, recurriendo una y otra vez a
fuentes antropológicas, que no siempre el orden ha estado organizado como ahora
lo conocemos. En realidad, el espíritu que late es optimista, porque ese
recuerdo nos lleva a deducir que las posibilidades alcanzan tan lejos como
seamos capaces de imaginar, porque el mundo no es la descripción que hacemos de
él. Frente al lugar común de la organización, Graeber coloca la inmensidad del
conocimiento y la creatividad. Lo importante es mantener abiertas las puertas a
otras posibles opciones, un pluralismo que atañe también a esa parte de la
inteligencia que es la voluntad.
Hay
fórmulas, datos y actos que nos remiten a una posibilidad diferente, y a partir
de ahí construir una teoría social crítica. Decimos crítica porque significa
afectar a los tópicos, a lo que damos por supuesto que no puede ser de otra
manera. Pero es básicamente creativa y fruto de la curiosidad, esas dos
virtudes que tanto tienen que ver con el aprendizaje. Al fin y al cabo, como él
confiesa, fue importante en su formación crecer en una casa llena de libros e
ideas, en un ambiente en el que imperaba la conciencia de las diversas
posibilidades humanas.
La
primera parte del libro versa sobre los orígenes del capitalismo y el papel
sustancial que tiene sobre la configuración de los que consideramos principios
básicos, de los que se deducen relaciones sociales, derechos y deseos. En la
segunda, que parte de las relaciones de autoridad que han fructificado en
algunas regiones de África y las implicaciones políticas que tienen, se
reflexiona sobre la naturaleza de la autoridad, remitiéndonos a una sociedad
que podemos considerar menos trabada por lo artificial: allí imperan más los
vínculos de parentesco y las explicaciones no racionales, entendiendo por
racional lo occidental. Las paradojas consecuentes, o lo que nosotros
consideramos paradojas, se trataran a partir, nuevamente, de la antropología
que examina manifestaciones poco familiares al ojo del observador. La tercera
parte surge a partir de la implicación del autor en los movimientos de justicia
global y las teorías anarquistas de su formación. Aquí se producirá uno de esos
grandes choques culturales de los que uno solo puede salir mejor: «el proceso
de consenso que estaba aprendiendo en los círculos anarquistas era en realidad
una versión extremadamente formal y consciente de la misma forma de toma de
decisiones que había presenciado a diario en Madagascar», y más adelante
explica que «mi formación intelectual había inculcado en mí hábitos de
pensamiento y argumentación mucho más cercanos a las estúpidas disputas de las
sectas marxistas que a algo coherente con estas nuevas (para nosotros) formas
de democracia». Así pues, investiga para definir lo que podría ser la auténtica
democracia, pero desde la posición de un intelectual, de alguien que se empeña
en tener a la justicia global por principio para elaborar un paradigma
intelectual.
El
Graeber antropólogo se hará cargo de revisar, aunque solo sea a modo de apuntes
y a la vista de estas nuevas incorporaciones a su ideario, la historia de la
teoría social y la historia de la noción de democracia, convencido de la
necesidad del diálogo entre intelectuales más académicos y los que ponen en
corazón en la lucha social. En realidad, se trata de dos formas de preocuparse
por la condición humana. Lo que Graeber pretende, y consigue, es elaborar un
marco teórico en el que se puedan sembrar flores sobre la basura que sacamos
cada día a la puerta de casa y que provoca que aumente el tamaño del
estercolero. Así es como podemos seguir amándonos. Y el uso de este verbo,
amar, es conveniente en los ensayos de Graeber, porque no deja de transmitir
pasión, fuerza, verdad.
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