Ese
imbécil va a escribir una novela
Juan
José Millás
Alfaguara
Barcelona,
2025
167
páginas
De
pronto uno se descubre a sí mismo. En algunas ocasiones con horror, en otras
sacando la mejor de tus sonrisas. Como tienes miedo de que tu imagen se aleje,
te propones algún tipo de registro que la haga más permanente: no puede ser un
acta notarial, así pues, recurres al autorretrato en cualquiera de las
versiones que permiten las artes. Y te da miedo pensar, mientras miras a tu
espalda, que además de ese también eres otro. El asunto es qué van a leer de tu
autorretrato aquellos que tengan acceso a él, porque ahí está imbuida tu
verdad, esperas, pero también todo lo que has fingido a lo largo de los años. O
controlas mucho lo que pretendes decir, o para el lector podrás ser vaya usted
a saber qué cosa. Y una posible estrategia de control es el extrañamiento, ese
que puede estar en cualquier punto del camino que va desde Kafka a Francisco
Ibáñez. Lo familiar es muy raro, ya lo sabemos, en la literatura de Juan José
Millás (Valencia, 1946), que ya comenzó en El mundo a presentarnos esa
familiaridad más próxima, la de su propia biografía, y que continúa aquí, en Ese
imbécil va a escribir una novela. Uno siente la tentación de utilizar el
término autoficción, pero la costumbre de escribir sobre uno mismo hace siglos
que superó lo biográfico para saber que lo que importa es lo vivido: que una
vez rompiste el jarrón chino de tus padres es un hecho biográfico, pero lo
vivido incluye la emoción que te produjo, sea esta de arrepentimiento o de comedia.
Millás
entra en la etapa de juventud de su vida matizándose constantemente a sí mismo.
A fin de cuentas, si uno piensa en su propio pasado, la pregunta que más le
atañe es si fingió o fue sincero. Y si decide que fingió, se planteará si fingir
se asemeja en algo a la mentira. «Con el tiempo, su apariencia se convierte en
su realidad», explica Millás cuando estudia el personaje que creó para Letra
muerta. Esto lleva, inevitablemente, a las fórmulas de psicoanálisis, esas
terapias que tratan de reconciliarte con el relato de tu vida, ya que es
imposible reconciliarse con la vida propia. Pero Millás duda entre la
caricatura o la terapia imprescindible cuando se enfrenta al psicoanálisis: «Viene
a ser como desclasificar un documento secreto antiguo, como desclasificarme a
mí mismo. Ahora soy un desclasificado». En lo que acierta seguro es en que las
predicciones son siempre un fracaso. Eso también lo demuestra nuestro relato,
en el que comprobamos cómo no se cumplió nada de lo que estuvimos convencidos
que iba a suceder.
No
contento con todo ello, Millás, que sabe que moverse supone moverse por dentro,
pega los sucesos de esta obra a la amistad, o a los amigos. Entre otros, al
imbécil que va a escribir una novela. La cuestión que le lleva a internarse en
el terreno que tal vez sea el que más nos importa, tiene que ver con la vejez,
en la que se siente obligado a ser más yo que nunca, en la que la memoria está
más condicionada de lo que estuvo jamás: «Pero ¿a dónde telefonear desde la
vejez?».
«—Bueno
—admitió—, está muy bien, pero me pareció que te exponías poco y eso no es lo
normal en ti.»
Esta
frase la pone en boca de la redactora jefe que tiene que aprobar la publicación
de un reportaje del Millás personaje. Bien, de acuerdo, hacer literatura es
correr riesgos, que en el caso de Millás son riesgos de ingenio y tienen que
ver con el yo que le habita. Una vez que conocemos su impulso, sólo cabe
dejarse llevar. Y aconsejar a la gente que estudie un poco las terapias de
constelaciones familiares, que a Millás le encantarían, esas de las que forman
parte hasta las parejas anteriores de tus padres, esas personas que un día
fueron importantes para ellos, pero que tuvieron que hacerse a un lado para que
tú pudieras existir.
Fuente: Zenda
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