Fuente: Culturamas
EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LOS ELEFANTES
ANTHONY,LAWRENCE
Las célebres memorias del «Indiana Jones» de la conservación, que dedicó su vida a la conservación de los animales y a la protección de especies en peligro de extinción.
África es un continente que no se acaba nunca. La sensación de estar todavía fraguándose, ese lugar donde nació el hombre, es inevitable en cualquier testimonio. Europa nunca ha podido ser mejor que en el pensamiento de los clásicos griegos y en los panteones de Miguel Ángel. América del norte tomó el mando hace tiempo y ahora dicta las modas, que cambian cada vez a mayor velocidad. América latina no deja de ser una extensión de países europeos y su vecino del norte. En cuanto a Asia, apenas queda nada allí por colonizar, por descubrir, por amar. Y Oceanía sigue siendo la imagen ideal del paraíso. Pero África es la obra de un alfarero que todavía no se ha puesto a trabajar en darle forma. La representación básica que tenemos del continente, se reduce a la fauna y a la caridad. A África uno va a ver leones o como cooperante. Y, sin embargo, es un lugar donde se sigue sucediendo a la par los distintos valores morales. En este caso, el conservacionismo es el eje, pero no faltan los ayudantes que garantizan el bien a pesar del hambre, los pícaros, los ladrones cuya necesidad todos podemos entender, o los asesinos a sueldo.
Lawrence Anthony (Sudáfrica, 1950-2012) nos narra en este libro la parte biográfica que le corresponde a la transformación de África. Anthony no es un biólogo ni un ecologista combativo. Es un conservacionista y su apuesta es por defender un trozo de Sudáfrica a modo de reserva natural. La finca posee dos mil hectáreas y allí tiene cabida toda la población animal propia de la zona. Y también un grupo de gente que trabaja con él, más que para él, esforzándose por tratar a lo libre y salvaje como se merece. Pero en su proyecto falta uno de los dos animales más emblemáticos de la fauna de África. El primero es el león, el segundo el elefante. Así que acoge a una manada de elefantes que no han conocido nada parecido a la civilización, descabezados de sus líderes por cazadores furtivos. Lo furtivo también tendrá su protagonismo en este libro, no solo por la defensa de los animales contra los rifles, también por negocios tan sucios como la venta de crías de elefante a zoológicos chinos, donde vivirían maltratados.
El proyecto se antoja demasiado grande para Anthony y los suyos. Ni siquiera disponen de plazo para construir la cerca. Eso para empezar. Porque si África se distingue de los demás continentes por algo, es por lo impredecible. Se trata de otra de las características de un territorio en formación. Ganar a lo impredecible es poder lo imposible. Y de eso es de lo que trata, en realidad, este libro. Uno tendería a creer que el proyecto se irá haciendo paso a paso. Sin embargo, el objetivo de Anthony queda reflejado desde el principio: es eso que conocemos como empatía. Conseguir no domesticarlos, pero sí llegar a tener una relación cordial, hasta el punto de llegar al gesto humano de la caricia, es un acicate. Las ganas de vivir que transmite el libro, la biografía, son inmensas. Anthony y su mujer, sobre todo su mujer, de origen francés, que siempre ofrece el contrapunto de las posibilidades de adaptación del hombre, sueñan. Viven en un territorio en el que lo único permitido es la supervivencia. Pero elegir esa África incómoda, llena de termitas y mosquitos, para consagrarse al conservacionismo, sigue siendo romántico. Aunque controlar los vínculos con los animales sea lo menos problemático. Su actuación no deja de afectar a la gente, y es ahí, en los encuentros con los nativos, donde él es extranjero, donde las leyes que debe respetar apenas conoce, donde Anthony demuestra más dotes de Tarzán.
Puede que la impresión que tengamos de África sea la de un continente todavía sin fraguar. Pero lo único que salvará la vida en el territorio donde uno debe adaptarse a cada paso, será el respeto. Anthony sabe que la sabiduría es un limbo. Por eso pisa tierra e intenta elegir el respeto en cada uno de sus gestos.
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