Cuerpos sucesivos
Manuel Vicent
Alfaguara
Madrid
2003
207
páginas
17,50
euros
Manuel Vicent ha escrito una novela sin perfiles.
Afortunadamente. Sabedor de la potencia y belleza de su estilo, Vicent se ha
propuesto hablar del amor, algo que carece de un contorno definido, reflejado
en las pasiones más brutales y en la derrota que la vejez supone para los
cobardes. Para lograrlo ha creado dos protagonistas en los que se funden a un
tiempo los extremos: son a la vez orgullosos y miserables, tímidos y vehementes,
voluptuosos y temerosos de la muerte, de espíritu atormentado y cuerpo
improbable. Porque los referentes de la novela se encuentran en la poesía de
amor, en la cultura neoclásica y romántica y gótica, en las vidas de Virginia
Woolf y el grupo de Bloomsbury, quienes fundían la estética y los vicios
decadentes. Y así el maduro profesor de literatura y la joven violonchelista
van repasando sus lances de amor, que son encuentros de pasión ardiente hasta
el sadismo físico y moral, mientras viven el propio, una historia condenada al
desenlace fatal a no ser que la magia acuda en su salvación. Pues será la
magia, lo místico, lo espiritual, lo único capaz de librarnos de los peligros
del amor, que en este caso, parece decirnos Vicent, son los peligros del sexo
sin límites: la licantropía, el vampirismo, las prácticas sadomasoquistas, el
esoterismo, lo diabólico. Consciente de la fortaleza de su forma de mirar, que
pasa necesariamente por las virtudes de su estilo, la prosa llena de luz de
Vicent sirve para poder observar de frente a todos estos vicios, a unos
fragmentos de vida que a pesar de su corrupción pueden ser entendidos como una
forma de belleza muy grave. Tan sólo cabe lamentar que en los diálogos el autor
siga rigiéndose por idénticas pautas sin otra justificación que la mitomanía de
los protagonistas, lo cual crea un inmerecido aire de irrealidad, y también es
censurable una tendencia a lo solemne difícil de mantener durante doscientas
páginas sin caer en la monotonía. Por otra parte, sí acierta en la imagen de
una ciudad irreal, desdibujada, que sirve de escenario. Porque los perfiles no
importan. Importan los entes de pasión colmados de sensaciones, importa la
belleza adolescente, la magia del alma, el azar, los recuerdos y todo lo que
pudiera significarse bajo una expresión tan imprecisa como “matarse de amor”.
Aunque lo mejor de Manuel Vicent nos sigue llegando en forma de culto a la
memoria o en distancias más cortas, cabe recibir con interés esta novela breve
que busca consagrar la idea de que el amor son los mordiscos que perfuman los
corazones... y los cuellos.
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