Fuente: THE NEW YORK TIMES
POROCHISTA KHAKPOUR
Nos gusta tanto esta reseña de una de las mejores novelas del año, que no nos resistimos a reproducirla.
Ni todas las advertencias del mundo bastarían para preparar al lector para los traumas de La vegetariana, de Han Kang (Seúl, 1965), galardonada con el Man Booker Internacional 2016. Puede que, para empezar, uno se fije en el título, recorra la inofensiva frase del principio -“Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial”-, y piense que, en este caso, el mayor peligro es la conversión al vegetarianismo. Los horrores que se agitan dentro y fuera de esta feroz novela, con su impresionante reivindicación de la muerte, no tienen fin.
Cuando Yeong-hye se despierta una mañana de un sueño inquieto, descubre que se ha convertido en una monstruosa… vegetariana. Y aquí se acaba el eco, sencillo en apariencia, de este punto de partida clásico. La novela, estructurada en tres partes, zigzaguea entre el suspense doméstico, la parábola de transformación y la meditación dendrofílica relatados desde los puntos de vista del deplorable marido de la protagonista (1ª parte), de su obsesivo cuñado artista (2ª parte), y de su saturada hermana mayor (3ª parte). Los tres personajes se caracterizan por lo que hacen para ganarse la vida, mientras que Yeong-hye deja de hacer prácticamente todo.
“He tenido un sueño”, dice en uno de sus pocos momentos de diálogo directo como única explicación de su reciente condición de herbívora. Al principio su familia y sus amigos reaccionan con un desdén distraído. Durante la cena, un conocido pasivo-agresivo proclama: “Odio compartir una comida con alguien que considera que comer carne es repugnante solo porque ellos mismos lo piensan… ¿No te parece?” Pero su forma física no tarda en crear el espacio negativo tan temido por su círculo más próximo: pérdida de peso, insomnio, disminución de la libido y, finalmente, abandono de la vida cotidiana “civilizada”.
No se puede decir que este sea un libro ascético. La novela está llena de sexo dudosamente consentido, de alimentación forzosa y purgas de toda clase que, en el fondo, son abusos sexuales y desórdenes alimentarios, aunque nunca llamados por su nombre en el universo de la autora. Una reunión familiar en la que Yeong-hye es agredida por su propio padre por el tema de la carne evoluciona para adquirir tintes bastante más tenebrosos al penetrar en el territorio de la autolesión, si bien esta no será la última vez que un hombre (o ella misma, de hecho) viole su cuerpo. Sin embargo, la violación de la mente es un asunto distinto.
La vegetariana necesita toda esta carnicería porque, en el universo de la novela, la violencia está conectada con el sustento físico en el consumo de carne, las relaciones sexuales e incluso los cuidados. La intervención externa de la familia, los amigos y los médicos actúa para moderar la realidad de esta historia, pero, al final, los esfuerzos de todos ellos son anémicos.
Publicado originalmente en Corea del Sur en 2007 e inspirado en el relato corto The Fruit of My Woman [El fruto de mi mujer], de la misma autora, La vegetariana fue la primera obra de Han que se convirtió en una película. En su país, Han ha recibido merecidos elogios que la califican de visionaria. Aquí se corre el riesgo de prestar atención solo a los aspectos etnográficos y sociológicos. En Gran Bretaña, las reseñas intentaron encontrar sentido a su rareza atribuyéndola a la cultura. Hubo críticos que trataron de poner el acento en que en Corea del Sur el vegetarianismo es imposible.
Asimismo, desde un prisma feminista occidental contemporáneo se podría condenar la novela tachándola de ejercicio de degradación de la mujer o de “porno horror”. Pero con ello se estaría asumiendo igualmente una normalidad problemática, utilizándola como vara de medir para la novela. Fuera de Occidente hay todo un universo literario que no se adapta a nuestros mercados, no se debe a nuestras tendencias ni se pliega a nuestra política.
Antes bien, el espléndido tratamiento que da Han a la capacidad de actuar, a las decisiones personales, a la sumisión y a la subversión encuentra su forma en la parábola. Los géneros literarios breves -la novela tiene menos de 200 páginas- tienen la particularidad de que en ellos lo alegórico y lo violento extraen una potencia especial de sus pequeños contenedores. Uno tiene la sensación de que La vegetariana guarda relación con obras breves tan diversas como Lazos de sangre, de Ceridwen Dovey, o Bartleby, el escribiente, de Melville. También me ha recordado a El búho ciego, obra maestra del terror y novela de culto de 1937 escrita por el iraní Sadegh Hedayat. Y, por último, ¿cómo no remitirnos a Kafka? Más que La metamorfosis, por el texto rondan los diarios del autor y su relato Un artista del hambre. Además, Kafka tal vez sea el vegetariano más conocido de la historia de la literatura. Al parecer, en una ocasión le declaró a un pez en un acuario: “Por fin puedo mirarte en paz. Ya no te como”.
De todas maneras, el de Han Kang no es un cuento con moraleja para omnívoros, ya que el viaje vegetariano de Yeong-hye dista mucho de ser feliz. Abstenerse de comer seres vivientes no lleva a la iluminación. A medida que Yeong-hye se desvanece, la autora, como un auténtico dios, deja que nos batamos con la pregunta de si deberíamos ponernos de parte de la supervivencia de la protagonista o de su muerte. Una pregunta que viene acompañada por otra, el interrogante último sobre el que nos resistimos a reflexionar. “¿Por qué es tan malo morir?”, pregunta Yeong-hye. En el capítulo siguiente se responde como un eco: “¿Por qué es tan malo morir?”
Cuando Yeong-hye se despierta una mañana de un sueño inquieto, descubre que se ha convertido en una monstruosa… vegetariana. Y aquí se acaba el eco, sencillo en apariencia, de este punto de partida clásico. La novela, estructurada en tres partes, zigzaguea entre el suspense doméstico, la parábola de transformación y la meditación dendrofílica relatados desde los puntos de vista del deplorable marido de la protagonista (1ª parte), de su obsesivo cuñado artista (2ª parte), y de su saturada hermana mayor (3ª parte). Los tres personajes se caracterizan por lo que hacen para ganarse la vida, mientras que Yeong-hye deja de hacer prácticamente todo.
“He tenido un sueño”, dice en uno de sus pocos momentos de diálogo directo como única explicación de su reciente condición de herbívora. Al principio su familia y sus amigos reaccionan con un desdén distraído. Durante la cena, un conocido pasivo-agresivo proclama: “Odio compartir una comida con alguien que considera que comer carne es repugnante solo porque ellos mismos lo piensan… ¿No te parece?” Pero su forma física no tarda en crear el espacio negativo tan temido por su círculo más próximo: pérdida de peso, insomnio, disminución de la libido y, finalmente, abandono de la vida cotidiana “civilizada”.
No se puede decir que este sea un libro ascético. La novela está llena de sexo dudosamente consentido, de alimentación forzosa y purgas de toda clase que, en el fondo, son abusos sexuales y desórdenes alimentarios, aunque nunca llamados por su nombre en el universo de la autora. Una reunión familiar en la que Yeong-hye es agredida por su propio padre por el tema de la carne evoluciona para adquirir tintes bastante más tenebrosos al penetrar en el territorio de la autolesión, si bien esta no será la última vez que un hombre (o ella misma, de hecho) viole su cuerpo. Sin embargo, la violación de la mente es un asunto distinto.
La vegetariana necesita toda esta carnicería porque, en el universo de la novela, la violencia está conectada con el sustento físico en el consumo de carne, las relaciones sexuales e incluso los cuidados. La intervención externa de la familia, los amigos y los médicos actúa para moderar la realidad de esta historia, pero, al final, los esfuerzos de todos ellos son anémicos.
Publicado originalmente en Corea del Sur en 2007 e inspirado en el relato corto The Fruit of My Woman [El fruto de mi mujer], de la misma autora, La vegetariana fue la primera obra de Han que se convirtió en una película. En su país, Han ha recibido merecidos elogios que la califican de visionaria. Aquí se corre el riesgo de prestar atención solo a los aspectos etnográficos y sociológicos. En Gran Bretaña, las reseñas intentaron encontrar sentido a su rareza atribuyéndola a la cultura. Hubo críticos que trataron de poner el acento en que en Corea del Sur el vegetarianismo es imposible.
Asimismo, desde un prisma feminista occidental contemporáneo se podría condenar la novela tachándola de ejercicio de degradación de la mujer o de “porno horror”. Pero con ello se estaría asumiendo igualmente una normalidad problemática, utilizándola como vara de medir para la novela. Fuera de Occidente hay todo un universo literario que no se adapta a nuestros mercados, no se debe a nuestras tendencias ni se pliega a nuestra política.
Antes bien, el espléndido tratamiento que da Han a la capacidad de actuar, a las decisiones personales, a la sumisión y a la subversión encuentra su forma en la parábola. Los géneros literarios breves -la novela tiene menos de 200 páginas- tienen la particularidad de que en ellos lo alegórico y lo violento extraen una potencia especial de sus pequeños contenedores. Uno tiene la sensación de que La vegetariana guarda relación con obras breves tan diversas como Lazos de sangre, de Ceridwen Dovey, o Bartleby, el escribiente, de Melville. También me ha recordado a El búho ciego, obra maestra del terror y novela de culto de 1937 escrita por el iraní Sadegh Hedayat. Y, por último, ¿cómo no remitirnos a Kafka? Más que La metamorfosis, por el texto rondan los diarios del autor y su relato Un artista del hambre. Además, Kafka tal vez sea el vegetariano más conocido de la historia de la literatura. Al parecer, en una ocasión le declaró a un pez en un acuario: “Por fin puedo mirarte en paz. Ya no te como”.
De todas maneras, el de Han Kang no es un cuento con moraleja para omnívoros, ya que el viaje vegetariano de Yeong-hye dista mucho de ser feliz. Abstenerse de comer seres vivientes no lleva a la iluminación. A medida que Yeong-hye se desvanece, la autora, como un auténtico dios, deja que nos batamos con la pregunta de si deberíamos ponernos de parte de la supervivencia de la protagonista o de su muerte. Una pregunta que viene acompañada por otra, el interrogante último sobre el que nos resistimos a reflexionar. “¿Por qué es tan malo morir?”, pregunta Yeong-hye. En el capítulo siguiente se responde como un eco: “¿Por qué es tan malo morir?”
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