La mujer en silencio. Silvia Plath &Ted Hughes
Janet Malcolm
Traducción de Mariano Antolín Rato
Gedisa
Barcelona, 2017
205 páginas
A la hora de elaborar un libro con cierto carácter biográfico, lo único que se puede incluir que no pase por el tamiz de la imaginación son las cartas, y estas deben estar citadas en extenso: “El tiempo crea indiferencia. Las cartas nos demuestran lo que una vez nos importó. Son los fósiles de los sentimientos”. Eso dicta Janet Malcolm (Praga, 1934), tal vez la mejor periodista de las últimas décadas. El asunto que reúne alrededor de este libro es muy delicado, tal vez demasiado: quiénes eran Ted Hughes y Silvia Plath, sobre todo Silvia Plath, en lo que se refiere a su relación. Todos sabemos dos cosas básicas: que fue una relación tormentosa y que Silvia Plath se quitó la vida demasiado joven. También que eran dos poetas de alto voltaje. Por eso este libro está escrito con un cuidad inusitado para una experiencia periodística. Por eso resulta tan reflexivo, y entra en el terreno del oficio del periodista, más que en una toma de partido, y las licencias éticas que este trabajo supone: “La libertad para ser cruel es uno de los privilegios irrebatibles del periodismo, y el presentar a las personas como si fueran personajes de malas novelas es una de sus convenciones ampliamente aceptadas”. Luego comenta, sobre obras anteriores que versaron acerca de esta relación, que los protagonistas de la misma son blancos muy atractivos para el sadismo y el reduccionismo.
Como en toda su obra, Janet Malcolm escribe a la par sobre su propósito sin olvidarse que éste también es escribir. A la vez que desvela lo que descubre, refleja cómo lo descubre. De esta manera, cualquier sesgo o versión parcial queda fuera de sus intenciones, aunque inevitablemente parezca tomar partido en algún momento, debido a la imposibilidad de olvidarse de la empatía. De ahí, por ejemplo, que cuando cite lo haga en extenso. De ahí que confiese no pretender otra cosa que no sea desmitificar, es decir, hacer humano lo que nos parecía divino: los grandes poetas están sujetos a las mismas maldiciones que cualquiera que pise tierra. Y, mientras tanto, dado que existe una abundante documentación, no cese de reseñar sus impresiones sobre ella, sobre cómo trataron otros la relación entre Hughes y Plath, dando por supuesto que han obrado con todo el respeto que han podido. Pero en la interpretación del lector siempre puede haber maldad. A pesar del cuidado con que vigila esta obra, ella misma ha sido criticada por alguno de los agentes que participan en algo que uno tiende a llamar escenario, cuando resulta que nos lo presenta como lo cotidiano. El periodismo de Malcolm no es un reflejo de la vida, es la vida misma.
Las cuestiones que plantea bastarían para que miles de buitres se alimentaran durante años: el carácter de Ted Hughes y su posible desdoblamiento de personalidad; el cambio del peso en la balanza sobre los posibles maltratos que hubo en el tiempo que estuvieron juntos; el compromiso de Plath con las cosas duras; el éxito de Ted Hughes como poeta y como mujeriego; la separación de las crisis nerviosas de la moral que refleja el biógrafo; el poliedro en que uno se convierte en cuanto pasa a ser figura pública y debe responder a las expectativas, que son diferentes en cada reunión social. Eso y algunas cuantas cosas más, todas con demasiado peso como para que Malcolm crea que a lo largo de su investigación no debe desplazar el mal hacia uno u otro lugar.
Ted Hughes fue poeta laureado y Silvia Plath una leyenda de las mujeres liberadas. Sin decantarse, Malcolm pasa suavemente, como si lo que hiciera fuera reseñar las biografías y no reflejarlas, sobre asuntos como la autoestima de uno y otra. Se plantea que la egolatría puede ser inevitable, así como los trastornos obsesivos. Pero no evita, porque sería cobarde hacerlo, el peso que en todo esto tiene el colapso que lleva a la muerte de Silvia Plath, y el debate sobre qué parte de la intimidad debe ser lo más privado y quién defiende los derechos de los muertos o de los calumniados. La pregunta sobre la patología de la relación, queda sin resolver, pero no todos los pasos que a Malcolm le llevan a dudar y a intentar resolver la duda. Pues, al final, esta obra maestra del periodismo está montada sobre la dicotomía. La propia Silvia Plath dejó escrita la pregunta sobre qué carencias hacen de las posibilidades de elección algo terrible. Y todo ello en un ambiente en el que se desarrolla la relación, en el que a la par que se lucha por la emancipación de la mujer, sobre todo en los Estados Unidos de los que procede Silvia, se ve rodeada del puritanismo de una sociedad británica que acaba de salir de una guerra. Uno no sabe siquiera si es dueño de su vida, pero lo que es innegable es que no lo será de su biografía. Contra esta idea, contra esta maldición, es por lo que Malcolm escribe este libro.
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