El hombre mojado no teme la lluvia
Olga
Rodríguez
Debate
Barcelona,
2009
345 páginas
Para sobrevivir en la derrota
En el epílogo
de este libro, esta selección de voces de Oriente Medio reunidas en la derrota,
Olga Rodríguez expone su intención de haber demostrado cómo esa región del
mundo sufre las consecuencias del colonialismo y el neocolonialismo. Para que
resultara más eficaz su aclaración, algo innecesario dado la contundencia
explícita de su dramático contenido, tal vez debería haber utilizado las palabras
imperialismo y neoimperialismo, pues no se trata únicamente de ser víctima
económica o política, sino también de padecer en las carnes el dominio militar,
la fuerza bruta.
Olga
Rodríguez es una corresponsal de guerra que no se conforma con permanecer en el
hotel a la espera de noticias, es una persona que pretende integrarse para
sentir y conocer la vida de los humillados y ofendidos. Saltando por encima del
hábito periodístico actual, en el que la noticia no es aquello que sucede, si
no las declaraciones de algunos personajes sobre lo que presuntamente sucede, e
indagando en el pasado del país, al tiempo que visita los hogares, unos hogares
que no dejan de sorprender por su tamaño minúsculo, construye un retablo humano
de la derrota sin rendición que está teniendo lugar en Irak, Palestina,
Afganistán, Líbano, Siria, Egipto e Israel. Todas las personas que son
entrevistadas, de las que se presentan sus semblanzas al tiempo que se narra la
historia de su pueblo sin perder de vista las biografías retratadas, están
unidas por unas lágrimas encarceladas, por el valor, por su dignidad mantenida
a flote contra la tortura, el exterminio, el exilio o las pérdidas humanas. De
cada país al que viaja extrae una enseñanza diferente: de Irak el espíritu nada
romántico que puede esconder la resistencia; de Palestina y los territorios
ocupados una relación de todo lo que se puede llegar a perder, una relación
mucho más amplia de lo que abarca la fantasía; de Israel la demostración de lo
que supone vivir en un país tomado por el ejército y la ortodoxia
fundamentalista; “tantos mundos dentro de Beirut”, resume sus impresiones del
Líbano; de su paso por Siria uno acaba con la impresión de que vivir en ese
país es como vivir sobre la superficie de un yunque, esquivando los golpes del
martillo; en Egipto se detiene para recordar en qué medida se vulneran los
derechos humanos sin que Occidente actúe; y Afganistán se presenta como el
sótano de la pobreza, especialmente para las mujeres.
No se elude
el pesimismo, un pesimismo del que solo libera el combate, pero no es éste un
libro triste. Es un libro duro, que roe los cimientos de las convicciones para
cuestionarnos lo que de verdad importa, que introduce en nuestras vidas la
sucia guerra de los poderosos, y para ello Olga Rodríguez, en un ejercicio de
equilibrio bien resuelto, compone un texto en el que demuestra que informar es
narrar y que narrar es informar. Con un lenguaje sencillo, economizando sus
recursos, con una prosa que en algunos momentos hubiera requerido una revisión
para evitar alguna cacofonía o defectos sintácticos menores, nunca se pierde de
vista la historia humana, la geografía del coraje, ni cuando relata cómo supo
de la existencia de estas personas, ni al presentar perturbadores datos
estadísticos o al centrarse en los episodios biográficos o de la historia del
país, ni al afrontar las descripciones del conflicto en ebullición y escribir
la vida -o contravida- que llevan estas gentes, pendiente de un hilo, o al
dejar el final abierto en cada una de las crónicas.
Si lo que
Olga Rodríguez pretendía era poner nombre, voz y rostro a musulmanes, árabes y
judíos, en un mundo que es el inverso a un cuento de hadas, ha conseguido algo
que va un poco más lejos. Aporta su parecer al debate sobre qué es el espíritu,
la moral y el corazón. A la hora de responder qué es el alma, no propone una
definición, pero sí una enmienda al concepto: el alma es aquello que se quiebra
con la guerra y que solo la dignidad puede mantener entera, esa dignidad que
susurra que al final del todo no está la derrota.
Fuente: Quimera
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