Grandes engaños de la exploración
David Roberts
Traducción
de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid,
2005
240
páginas
15,80
euros
Fraudes con encanto
Este es un libro para volverse un incondicional del
género. En principio, dada la temática, parece que atraerá a un público lector
reducido, aquel especializado en lecturas de exploración, a los eruditos en
personas como Richard Burton, Marco Polo o Edmund Hillary. Sin embargo, es una
lectura recomendable para enganchar con el género y no cesar, en una buena
temporada, de leer todo lo que esté al alcance de uno en relación a esas épocas
de descubrimiento, algunas no tan lejanas, cuando grandes manchas del mundo
permanecían oscuras para el GPS.
David Roberts, un periodista aventurero que sabe al
dedillo cómo elaborar una crónica con gancho, ha encontrado a diez personas que
destacaron en algún momento de la historia por una pretendida gesta
exploratoria. Ha procurado ser versátil, evitando la rigidez de una única
modalidad de aventura, y así por las páginas del libro desfilan navegantes
renacentistas y solitarios en catamarán, alpinistas, exploradores de ríos,
gente que se interna con lo puesto en lo más desconocido, buscadores del polo,
supervivientes en una isla, aviadores, etc. Todos ellos son personas de
repercusión mediática y con una valía extraordinaria en las facetas de aventura
que eligieron. Y casi todos acabaron siendo condenados públicamente al
descubrirse su mentira. Digo casi todos pues al menos uno de ellos, James
Bruce, que recorrió Abisinia en el siglo XVIII, representa el caso opuesto, el
de aquel tachado de fabulador en su momento, y cuyos méritos se reconocieron
posteriormente. También podría ser una excepción el caso de Robert Drury,
perdido durante quince años en Madagascar y cuyas aventuras se publicaron en
1729, aunque se desconoce si el tal Drury existió realmente o el libro se trata
de una ficción escrita, tal vez, por Defoe.
De todos los hombres que pueblan el libro,
mistificadores, se destaca esa persistente mitomanía, pues llegaron a creerse
la historia que inventaron, algunas no resueltas totalmente hoy en día, como el
descubrimiento del Polo Norte por Preary o la primera ascensión al Cerro Torre
por Cesare Maestri. Pero lo mejor de todo dentro del libro es que Roberts no se
olvida del hombre; revisa su infancia, sus relaciones de familia, su vida, sus
angustias cuando tuvo que defender el fraude, su obsesión convertida en la
clave del resto de sus días. Así hasta terminar con un epílogo en el que
sugiere cierta tendencia psicológica, partiendo de patrones de comportamiento
comunes, la que define como paranoico megalómano, es decir, alguien que
distorsiona la realidad porque la vergüenza reemplaza la sensación de culpa en
una personalidad con una voluntad de hierro. Al fin y al cabo, su mentira
obedece a una reacción improvisada frente al fracaso inminente. La impresión de
patetismo queda mitigada por el respeto que el autor les rinde como seres sin
malicia, pues los textos no transmiten la idea de que ellos pretendieran hacer
ningún daño, sino sencillamente regocijarse en la hazaña de la conquista física
de la Tierra. De ahí la amabilidad con que se redactan las crónicas.
Queda para nosotros la falta de certeza de que David
Roberts haya acertado. Él mismo sugiere que en cualquier momento puede quedar
demostrado que Cook alcanzó la cima del McKinley o el Polo Norte. Y, lo que es
más intrigante, cabe la posibilidad de que Marco Polo jamás llegara a Xanadú ni
se entrevistara con el Kublai Dan, y que todo fuera una invención que nosotros
siempre nos hemos creído.
Éste es un tema muy divertido que puede hacernos
disfrutar de las mejores horas de nuestro tiempo. Ya que no nos resulta tan
sencillo viajar, seguiremos leyendo.
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