Después del baile
Lev
Tolstói
Traducción
de Selma Ancira
Acantilado
Barcelona,
2016
91
páginas
Si
se trata de elegir entre la diversidad de la oferta televisiva y la solidez de
Tolstoi, no lo dudes. Tras nuestra muerte quedarán vagando por el espacio las
ondas electromagnéticas y todos los pulsos electrónicos que guardan la
estupidez viajando a la velocidad de la luz. Es posible que en planeta ya no
quede ni una sola bacteria viva, que esto sea un puro territorio mineral, pero
cualquier alienígena podrá escuchar el parloteo imbécil con la suerte de no
poder descifrarlo. Sin embargo, nuestra reválida no está ahí, sino más cerca de
la conciencia o de la parte natural de la conciencia. Es decir, la reválida
moral que nos atañe tiene que ver con el bien y el mal y si se nos ha dado la
opción de elegir entre uno y otro. No podremos triunfar en un programa basura o
en la NBA, porque nuestra condición natural y nuestros límites sociales lo
impiden. Pero sí sabremos escoger entre dos opciones la más generosa. O
negarnos a actuar cuando nuestro acto provoca daño. Sobre esa conciencia
natural es sobre la que Tolstói creaba universos enteros. Y decimos universos
pues al planeta le pertenece toda la red social y las castas, cualquier forma
de vínculos entre personas y con la naturaleza o lo artificial. Pero Tolstói no
se conformaba con el régimen terrenal. El alma queda dentro y fuera del
planeta. El problema es que las almas no se traducen a ondas electrónicas que
vaguen por el espacio para confundir a los seres de otra galaxia dentro de
millones de años.
Y
para ello, Tolstói no necesita recurrir al ruido y la furia. Le basta con un
sencillo relato en el que haya sueños y naveguen deseos. Después del baile es el que abre este sencillo volumen que contiene
tres cuentos del maestro ruso. En él, un aristócrata, intrigado por la
aseveración de sus contertulios en la que se niega al hombre el libre albedrío,
porque el hombre no entiende lo que está bien y lo que está mal, narra su
encuentro y su enamoramiento en una noche de baile. Como dictaba Aristóteles,
reconoció ese amor sincero por la intensidad de sentimientos a que le condujo,
por una embriaguez que le hacía saberse mejor persona. Sin embargo, esa misma
noche una visión atroz le provoca arcadas. La asociación entre el flechazo y la
barbarie, inevitable por ser protagonizadas por los mismos personajes, le
obliga a enfermar buscando una explicación. Trabado en la disociación
cognitiva, sin que él lo pretenda, las consecuencias serán inevitables y se
sucederán poco a poco. Tolstói certifica con esta obra maestra que sí, que
sabemos distinguir entre el bien y el mal. Otra cosa es la manía de engañarnos
para justificar el egoísmo o la pereza.
De
muy distinto carácter es Tres muertes. Aquí, con un excelente manejo de la luz
por parte de Tolstói, en un entorno lúgubre, donde nadie desearía vivir, se
certifican las muertes de gente que, como es inevitable, muere sola. Aunque
todos los seres queridos nos estuvieran dando la mano, morimos solos. Pero en
estos casos, dada la tibieza de los demás personajes, la muerte podría
entenderse como una liberación. Así ocurre con la maldición con que el Diablo
estigmatiza al campesino de ¿Cuánta
tierra necesita un hombre? Escrita como una fábula, siguiendo el esquema
del cuento de la lechera, un campesino siente que no debe ceder a la envidia
para ser tan rico como el más poderoso de los habitantes de la ciudad.
Inevitablemente, nos preguntamos si la experiencia de Tolstói no está
llevándole a criticar al alma de los campesinos, a su avaricia, a su
inconformidad, a sus celos. Aunque la verdadera maldición, si hacemos una
lectura metafórica del cuento, a la que invita su formato de fábula, es la de
sentirse pobre. Como siempre, otra lección del mejor novelista de la historia.
Fuente: Lateral
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