El ogro
Doug
Scott
Traducción
de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
Madrid,
2018
198
páginas
Para
esta edición, Desnivel ha elegido integrar este libro en su línea literaria.
Podría tratarse de un libro ilustrado, dado la abundancia de imágenes, tanto
históricas como de la expedición, que se nos muestran y que hacen del volumen
un libro para amantes de la fotografía, además de para amantes de la aventura.
Doug Scott (Nottingham, 1941) es uno de los pioneros del alpinismo moderno, una
de esas personas que iban a la montaña, en este caso para afrontar una gran
cumbre en el Karakorum, cuando no había estructuras, cuando se estaban
inventando las autopistas al cielo por vertientes más hermosas que altas. El
Ogro es un pico cuya ascensión está considerada de las más difíciles del
planeta, tanto por superar la cota de siete mil metros, como por el desafío de
escalada: vayas por donde vayas, hay que ser muy buen alpinista y escalador de
roca para superar los pasos que tendrán que inventar en la vía. El año es 1977,
una época en la que los materiales de montaña estaban experimentándose, cuando
todavía se abrigaban con algodón y lana, y los grandes avances que facilitarán
el alpinismo no habían cuajado.
Pero
lo más interesante del texto es la propuesta del Scott, pensada para que el
lector no alargue más de lo debido una lectura cuya intención es depurar la
aventura y sus consecuencias: el valor, la honradez, la amistad. Así pues, en
lugar de intercalar en el texto de su viaje hacia el cielo páginas y páginas de
documentación, como hacen con frecuencia, refiriendo la historia y la geografía
a medida que el equipo avanza, con el fin de añadir páginas al libro, Scott lo
divide en dos partes. En la primera da cuenta de la historia del Ogro. Habla
sobre cómo llegaron los occidentales a interesarse por el Himalaya y el
Karakorum, quiénes fueron los primeros en avistar las cumbres, en pisar los
glaciares, en superar pasos de montaña. Habla sobre la geografía y cómo se van
añadiendo datos, a través de gente brava que acude a la llamada de la
exploración. Y también acerca de los primeros intentos de cumbre en la región.
Y de los baltíes, los habitantes de los valles que serán contratados como
porteadores y que, mientras halla dinero, serán trabajadores interesados, pero
en caso de necesidad se entregarán generosamente. El trabajo enciclopédico se
impone en estas primeras páginas.
Luego
está su aventura. Scott menciona de dónde surge la idea de afrontar una montaña
tan difícil, antes de explicarnos, en un apunte casi biográfico, quiénes eran
sus compañeros de aventura. Todos ellos hombres valientes, algunos desconocidos
y otros, como Chris Bonington, veteranos que será reconocido como uno de los
mejores himalayistas de la historia. Bonington es, precisamente, el hombre que
junto a Scott llegará a la cima. Sin atenerse a florituras ni entretenerse en
el vuelo, el viaje por carretera, por caminos, la aproximación, Scott nos lleva
en pocas líneas hasta el pie del Ogro y se lanza a describir cómo van
ascendiendo, dividiéndose el trabajo por parejas. Esas cordadas ligeras irán
superando los obstáculos de granito muy lentamente, pero Scott no se entretiene
en detalles. Nos habla, eso sí, de las decisiones y las diferencias que surgen
entre ellos a la hora de ponerse de acuerdo. Y también a la hora de relatar,
pues cuando Scott recuerda algo que otro de los alpinistas ha descrito de forma
diferente, se limita a exponer ambos pareceres, sin decantarse por su propia
memoria.
Pero
la intención de Scott, lo que le lleva directo en su relato de la ascensión, es
hablar de la solidaridad de sus compañeros. Nada más comenzar el descenso, él
sufre una caída que le producirá severas fracturas en ambas piernas. Al principio
Bonington se las apaña, gracias a su experiencia, para ayudarle a descender, en
ocasiones colgando de la cuerda, en otras arrastrándose a cuatro patas. Hasta
que Bonington, a su vez, se golpea contra la pared fracturándose varias
costillas. Es entonces cuando aparecerá la imposibilidad de abandonarlos. A esa
altura, si uno está enfermo o discapacitado, es casi imposible hacer nada por
él. Está condenado a morir. Clive Rowland y Mo Anthoine no están dispuestos a
que la leyenda se cumpla. Y esta es la parte más estremecedora, por lo que
tiene de emoción la amistad, del libro que tenemos entre manos. Una hermosa
edición que, con acierto, Desnivel ha elegido colocar en su colección de
literatura. No estamos hablando de Proust, estamos hablando de la épica de los
buenos amigos.
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