Yo tuve un sueño
Juan
Pablo Villalobos
Anagrama
Barcelona,
2018
145
páginas
Con
la sangre hirviendo y batiéndole las venas de las sienes, Juan Pablo Villalobos
(Guadalajara, 1973), investiga todo lo que tiene que ver con el paso fronterizo
entre México y Estados Unidos. El tema puede arder, pero su precisión a la hora
de expresarlo nos transporta a protagonizar, más que a leer, este libro de
crónicas, escritas en primera persona. Se trata de relatos reales
protagonizados por niños cuyo sueño es llegar a Estados Unidos. En algunos
casos han nacido cerca de la frontera y se ven acosados por los maras, las
pandillas de matones que se adueñan de aquello y aquellos por los que se
encaprichan. En otros son críos que viajan con lo puesto desde los países de
América Central, gente que debería ser considerada como refugiados del hambre y
la miseria. Las crónicas son breves y se leen con una velocidad inusitada,
siempre y cuando uno esté familiarizado con el lenguaje de la región. A modo de
apoyo, ofrece un glosario. Pero el logro de escribir tal y como se habla, tal y
como se piensa, sin alardes, sin intervención de un narrador biográfico, de un
periodista, es una proeza. Tal vez pequeña, pero cualquiera puede ser valiente
en la gran guerra. Lo difícil es serlo en el anonimato. Por otra parte, lo que
para nosotros es crisis, para ellos es realmente una guerra.
A
un lado la expectativa de una vida tensa, con el filo de la navaja sobre la
yugular siempre. Al otro, la patrulla fronteriza y la explotación ilegal. Para
los que vienen desde el sur, están los viajes durante veinte horas en la bodega
de un autobús o la Bestia, ese tren al que se suben al techo, sobre el que
habíamos tenido noticia gracias al excelente libro El camino de la bestia (Pepitas editorial), de Flaviano Bianchini.
También los documentales y las películas de Chema Rodríguez (Estrellas de la Línea, Coyote) nos
habían informado acerca de las terribles situaciones en origen y del más
terrible recorrido. Como en los documentales, la voz de quien crea se ausenta.
El efecto es demoledor. Ya sabemos que un millón de trabajadores ilegales o dos
mil muertes en la frontera son cifras. Pero la suerte del gordito con una
cardiopatía, marcado por la Mara Santrucha, sí nos importa, la vivimos dentro
de su piel. Como la pareja de hermanos guatemaltecos con la ropa hecha girones,
a quienes ya no les queda sino confiar en la bondad de la gente. La bondad, por
ejemplo, de esos campesinos que arrojan tacos y sándwiches a los que viajan a
lomos de la Bestia. La bondad de quien los lleva por una ruta incierta para
acercarles a la frontera. Y de un desconocido no te puedes fiar en esos
lugares. Pero no les queda más remedio que echarse el coraje a la saliva y
pedir cualquier modalidad de limosna.
Los
episodios son breves, como lo son las frases y una reproducción hiperrealista.
El sobrecogedor compromiso de Villalobos se completa con un análisis final que
nos aclara ciertas situaciones y algo de la historia de la emigración y la
frontera. Los clanes maras, por ejemplo, nacieron en Estados Unidos como
defensa contra otros desheredados mexicanos o afroamericanos. Los estados fallidos
de Centroamérica, que parecen abocados a la pobreza perpetua y la sumisión, a
que la gente no pueda caminar tras caer el sol o por caminos poco frecuentados.
Y también cómo se atiende a los niños ilegales que cruzan Estados Unidos, con
cierta caridad, pero sin otorgarles el beneficio de un reconocimiento
administrativo que les permita acceder a sistemas seguros de trabajo, al
sistema sanitario o salir de los barrios marginales. Con ese estudio escribe,
porque antes, en buena medida, lo que hemos leído está más cerca de la pintura,
la fotografía, la conversación, el cine y la memoria prestada.
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