Valentino
Natalia Ginzburg
Traducción de Andrés Barba
Acantilado
Barcelona, 2024
74 páginas
Ni el hedonismo es bien
querido ni se considera de recibo sostener, por encima de todo, que hemos
venido a sufrir a este valle de lágrimas. Es cierto que el placer nos salva,
pero el placer no es tumbarse todo lo largo que uno es para no hacer nada,
creyendo que los segundos son sorbos de licor. Si uno no actúa, la vida te
depara momentos, sí, pero muy pocos y de esos que apenas sirven de nada. Por
otra parte, uno debe marcar perfil y no limitarse a ser lo que los demás han
esperado de él. Dicho de otro modo, el personaje central de esta novela corta,
Valentino, es un adolescente que se enroca en la adolescencia creyendo que así
es como mejor le va a tratar la vida.
Narrada desde la
perspectiva de su hermana pequeña, Valentino nos cuenta algo más que la
historia de un muchacho que no cumple las expectativas que tenían puestas en él
sus padres y se traba en un matrimonio a contracorriente: una mujer poco
agraciada, mayor que él, pero con dinero, será lo que le sirva para justificar
su abulia. En realidad, Valentino es un retrato de familia en el que se
refleja que esta es a la vez esencia vital y farsa. La vida que surge en el
seno de esta familia es incómoda, pero nuestra narradora va recogiendo los
cambios contantes de percepciones, los vaivenes, los movimientos de péndulo. El
personaje central, su hermano, es narcisista y egocéntrico, y parece más un
lastre en la existencia de los demás que un motor, pero no deja de ser el
hermano, el mediano entre dos muchachas, y dado que los padres ya no están, y
él no va a cuidarlas, como hubiera deseado el padre que aspiraba a que su hijo
fuera médico, deberán hacer girar sus vidas alrededor de él.
Con un buen hacer sobrio,
demostrando que estamos acostumbrados a llamar estilo al exceso de estilo, Natalia
Ginzburg (Palermo, 1916 – Roma, 1991) nos demuestra que lo universal se destila
en las pequeñas historias. Valentino es una minúscula obra maestra, si
se nos permite la expresión.
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