El relámpago
Hayashi Fumiko
Traducción de Ana Megumi
Pías Suzuki
Satori
Gijón, 2023
250 páginas
Es inevitable recordar,
durante la lectura de este libro, películas como Cuentos de Tokio, de Yasujirō Ozu, porque consigue hacernos llegar una
buena impresión de la vida en una tierra extraña, en un tiempo extraño. Una
vida que nos resulta un tanto irreal, pero que sabemos cierta, que sabemos que
existe. Así pues, El relámpago, como toda la obra de Hayashi Fumiko (Tokio,
1903- 1951) nos amplia horizontes, nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es
mucho más amplio que este pequeño microcosmos en el que lo que lo que más nos
importa es que no nos pisen. Fumiko nos muestra la sencillez de las costumbres,
la sinceridad de una existencia en la que los vínculos de afecto son la mayor
construcción creativa. Las relaciones entre personajes navegan en un planeta
que ella conoce a la perfección, que recrea para que se desplieguen con
naturalidad. Sí, estamos hablando de naturalismo, de esa literatura en la que
la observación es el estudio de lo humano para transcribir, a continuación y lo
más fielmente posible, lo que nos está sucediendo. Será el ambiente, generado
por las condiciones familiares, lo que dé lugar al conflicto de escala humana sobre
el que se genera la obra.
La historia es muy sencilla: tres hermanas y un hermano,
hijos cada uno de un padre distinto, se encuentran en mitad de su viaje para
salir adelante, y esto incluye la pretensión de casar a la más pequeña de
ellas, marcada por el defecto de un labio leporino, con un panadero quince años
mayor que ella. A partir de ahí comprobamos que la soledad, también la soledad
rodeada de otros cuerpos, o la infelicidad van imponiéndose como condiciones
sociales. En este caso, esa condición se ve acentuada por el hecho de ser mujeres
las protagonistas o, para ser más precisos, por el hecho de que la narración
nos llega desde el punto de vista de la mujer japonesa. La tradición, el
sistema de patriarcado propio del país en los años treinta, subrayan la
incapacidad de entenderse con los hombres. Hasta tal punto que sentimos que
nuestras protagonistas pueden no ser huérfanas, pero se hallan tan a la
intemperie como si sus padres hubieran fallecido siendo ellas niñas.
Llama la atención el personaje de la hermana con labio
leporino, Kiyoko, que siente que su capacidad de amar también debe tener algún
defecto, y así siente una pequeña dosis de autocompasión, que demuestra rechazar,
porque odia que los demás se compadezcan de ella. La pretensión de matrimonio
va saltando del frente del relato a la trastienda, mientras atendemos a la vida
de la familia empeñada en sacar adelante unos proyectos vitales pequeños,
sencillos, por momentos ingenuos. Mientras vamos conociendo poco a poco cómo se
desarrolla su existencia, nos vamos dando cuenta de que la vida bien puede ser
una estafa, porque nada sucede como debería para quienes se supone que han
actuado siguiendo huellas seguras. Las desavenencias pueden ser minúsculas a
escala planetaria, pero son significativas en las modificaciones del entorno de
cada personaje, y afectan. La intención de Fumiko es mostrar el potencial que
tiene la vida lo más puramente posible, de ahí ese estilo en el que es casi
imposible encontrar un tropo: la realidad no tiene disfraces, es lo que atañe a
la gente corriente y por tanto combustible para la compasión y el cariño,
también para los recelos, y marcará el conflicto en el sendero hacia la
identidad, definirá el grado de libertad y cómo definamos la felicidad, esa
meta que estará siempre cambiando.
Fuente: Zenda
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